El río Nanay, fuente vital de agua para más de medio millón de habitantes de Iquitos (Loreto), se ha convertido en el nuevo epicentro de la minería ilegal en la Amazonía peruana, impulsada por la alta cotización del oro.
Un sobrevuelo reciente documentó más de cuarenta dragas operando ilegalmente en la ribera, removiendo el lecho del río y dejando contaminación, lo que amenaza la biodiversidad, la salud pública y el futuro de las comunidades que dependen de sus aguas cristalinas.
Un informe de “Punto Final”, da cuenta que la “fiebre del oro”, intensificada desde la pandemia, ha provocado que el Nanay, afluente del Amazonas, pase de ser un río limpio a una zona de desastre ambiental. El oro se cotiza a 380 soles el gramo, un precio que alimenta una cadena criminal sofisticada y altamente organizada.
El fiscal ambiental de Maynas, Bratzon Zaboya, reveló la existencia de una ruta de tráfico de combustible de 33 kilómetros para abastecer a las dragas. Cada una requiere unos 60 galones de petróleo al día, lo que sustenta un comercio ilegal paralelo. En la base policial de Yarana se incautaron tubos de succión, motores, mangueras y casi cuatro mil galones de combustible.
El fiscal Zaboya admitió que los mineros usan tecnología como antenas de internet satelital Starlink y drones para comunicarse y anticipar los operativos policiales, superando a los nueve agentes asignados a la base de Yarana.
El fiscal coordinador de la FEMAS, Frank Almanza, alertó que la situación en el Nanay corre el riesgo de convertirse en un desastre como el de Madre de Dios. Advirtió que, ante el alza del oro, incluso el narcotráfico está migrando a la minería ilegal y se han detectado indicios de ciudadanos extranjeros y posibles vínculos con grupos armados como las FARC, que operan bajo la fachada de turismo.
José Manuyama, presidente del Comité de Defensa del Agua de Iquitos, lamentó la situación: “Ver un río depredado es tocarnos a nosotros mismos. Para un amazónico, la naturaleza es parte de su sustancia”.
La contaminación con mercurio, la deforestación de las orillas y el daño al ecosistema ya están afectando a las comunidades ribereñas, cuya subsistencia depende de la pesca, el agua limpia y el turismo.
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