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El cielo juliaqueño se tornó plomizo la tarde de ayer, como si la naturaleza compartiera el dolor con los deudos de Juan Carlos Uturunco Arosquipa, la séptima víctima de los asesinos que en poco más de medio año han aterrorizado Juliaca.

Al igual que la media docena de asesinados antes, Juan Carlos apenas tenía 21 años de edad cuando fue estrangulado la noche del lunes 19 de enero en las afueras de la ciudad. La historia de este muchacho, más que historia, es un deja vu cuando se trata de narrar esta ola de crímenes.

Los criminales tienen sus preferencias a la hora de escoger a sus víctimas, los seleccionan entre los jovencitos e indefensos.

“Los flaquitos son los más débiles”, comenta una mujer cubierta de luto mientras esperamos el cortejo fúnebre de Juan Carlos en el cementerio La Capilla para su último adiós. Tiene razón. Las edades de los siete fallecidos bordeaban entre los 19 y 23 años, ciertamente la juventud podría ser signo de inexperiencia cuando se trata de cuidarse de los delincuentes.

A pesar de su juventud, Juan Carlos era la inspiración para sus menores, sus hermanos Carlos y Liz Katia lo veían en su ímpetu por salir adelante, lo respetaban por ello, lo querían como quiere esa madre que llora inconsolable al ras de la tumba del joven, ¿qué podemos decirle para calmarla? Nada. No hay consuelo cuando te arrancan un pedazo de vida.

Los vecinos cuentan que Juan Carlos tenía otra moto anteriormente, “era de color rojito”, testimonian quienes acompañan en el camposanto. “Compraron la otra moto recién nomás, la azul, pero Juan Carlos no quería, no compres esa moto mamá, me van a matar decía”, cuenta una vecina. ¿Era algún presentimiento acaso?, ¿ese desconsuelo de la madre se acompaña con algún sentimiento de culpa?

Juan Carlos pensaba graduarse como ingeniero industrial en la Universidad Andina de Juliaca, ya iba en segundo semestre cuando su vida fue cegada. Un grupo de sus amigos y compañeros de estudios compartió el adiós la tarde de ayer, admiraban y apreciaban a Juan Carlos, era como pocos un optimista y luchador.

El trabajo dignificó aún más a este universitario, lo hizo desde pequeño ayudando a su madre y quería ayudarse ahora a él mismo, el sueño de crecer mediante los estudios era la luz que iluminaba su joven existencia.

“Exigimos justicia”, pronunció el presidente de la Asociación de Mototaxistas Santa Bárbara, Teófilo Ortíz Masco, antes de que el cuerpo de Juan Carlos sea enterrado en La Capilla. “Las autoridades están esperando que cada uno de nuestros hijos mueran para actuar, nos piden plata, no tenemos plata, somos pobres y no queremos morir”, dijo en su discurso.

Juan Carlos era el más nuevo en la asociación, las constantes muertes de mototaxistas lo animaron a agremiarse el 16 de enero del 2015, pero de nada valió, ahora yace frío en ese ataúd, vino a su tumba cargado por hombres acongojados y seguido de mujeres que no pueden ocultar su llanto.

Más de un centenar de personas acompañaron el adiós de Juan Carlos Uturunco, pocos pudieron resistir quebrarse cuando su ataúd fue llevado ante la tumba de su abuela en el mismo cementerio La Capilla, fue como un “hola cómo has estado, ya vine a tu lado”. La séptima víctima de “Los malditos del costal” fue enterrado a pocos metros de su mamá grande.

En su muro de Facebook, a esa misma hora, los mensajes brotaban como brotan las lágrimas en los ojos de los dolientes.

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