Baila Taidi, de Finlandia. Y baila bien. Baila Sara, de Italia. Su sangre latina le regala un 'swing' natural. No están en una discoteca de barrio opulento o en una fiesta del 'hostel' para mochileros en el que viven. Están cerca a 'Cebiche', un hombre que mueve los pies como endemoniado y que, para estas horas de la madrugada, es incapaz de pronunciar su nombre. No lo recuerda. Balbucea. Esta borracho y feliz. También están cerca a la familia Jáuregui, que festejan el retorno de los hermanos del extranjero y también recuerdan a la madre finada, prolongando con música la existencia de los que partieron.

Escuchan a Camagüey y a Mayimbú, confundiéndose entre las cajas de cerveza. Todos son una sola masa de gente que baila. Un conjunto de cuerpos que se balancean gracias a la música. Están en la quinta San José de la cuadra 9 del jirón Huánuco, zona picante del Cercado de Lima, callejón que esta noche los vecinos han cerrado para brindar por la vida. "¡Salud, carajo!", gritan, sin importar que -hace un rato- corrió bala y hubo pleito. Son las cinco de la mañana y más de tres mil personas se divierten sin importar de dónde vienes ni para dónde vas. Hoy es noche de salsa.

¡Se soltaron los caballos! 28 de julio. Desde tempranas horas, las más de cuatrocientas familias del solar se preparan para esta larga jornada de música que ha convertido a esta quinta en el emporio de la salsa en el corazón de la capital.

Todo empezará a las seis de la tarde y terminará doce horas después con la presentación de ocho agrupaciones. Gente con los pies molidos, borrachos sacados en hombros, gargantas inflamadas por lo helado del licor serán parte del escenario rumbero de esta noche. Pero todo eso a partir de las seis de la mañana. Pues los equipos de sonido recién se instalan y más de setecientas cajas de cerveza se ponen a helar. "Quedarán chicas", vaticina uno de los vecinos. Se viene el fiestón del que tanto se habla.

El responsable de que todo salga bien se llama Josimar Farfán, es un joven salsero de 25 años que además es vocalista de Josimar y su Yambú, orquesta que en su último disco ha adaptado las canciones de José José y ya suena en las radios. Hace 10 años se animó a realizar una 'cubanada' para asegurar sus estudios en el Conservatorio, cerró la calle y funcionó. Desde entonces pone a bailar al barrio. Hoy –calcula- es su evento número 40. Los vecinos lo llaman 'el embajador de Barrios Altos' porque se encarga de traer música y representar al callejón de manera positiva.

"Acá no pasa nada, los chistosos no entran", grita. "Si alguien se pone sabroso, lo sacamos. Hace un rato uno mostró su fierro (pistola), lo botamos, nunca más entra, se jodió conmigo", dice cuando se le pregunta por lo peligroso de la zona. "Que vengan todos", no duda en invitar.

En la fiesta hay venezolanos, colombianos y vecinos de varios distritos, incluso de la capital de la salsa, el Callao. "No hay comparación", dice Juan Bernales, quien llegó desde Gambeta. Una hora en bus para encontrarse con un jolgorio de gente que corea "Confía en mí..." o "Hay fuego en el 23... en el 23", de la Sonora Ponceña pero en versión Camagüey.

SALSA CON CLASE. Que la fiesta sea al interior de una quinta entrega a la salsa el escenario que se merece: "El retorno al barrio", dice Humberto Solís, un visitante del Rímac. "La salsa nació y fue hecha para la calle", recuerda, y lo que dice encaja de manera perfecta. La quinta San José data del siglo XIX y tiene su toque tradicional. De esos que Ricardo Palma describió como "callejón de un solo caño". Mide una cuadra y está a unas paralelas del cementerio El Ángel. Las casas son de adobe, otras de material noble. Sus patios interiores están rodeados de domicilios con algunos balcones de un pasado mejor. Hay bodeguitas con abarrotes y una capilla con su santo, delante de él está puesto el escenario en donde ahorita se presentan los artistas.

Entre danzantes con aires de profesionales y ebrios felices, los vecinos abren sus puertas y disfrutan con la oportunidad del 'recurseo'. Alquilan los baños de sus casas, preparan sus anticuchos para "aguantar la chela", la carapulcra para "seguirla" y su caldo de cabeza para la "bajada". A la fiesta la llaman "la verdadera descarga en el barrio". "Claro, sin ánimos de rivalidades", dicen en referencia a la tradicional "descarga" de la avenida Brasil.

En tanto, la familia Jáuregui hace el show. Bailan, apilan las cajas de cerveza. Sacan los muebles al patio y cuentan chistes, ponen chapas, se 'apanan'. Luis Alatrista baila con esa mezcla extraña de salsa sensual y reguetón pélvico. Su tía, Silvia Alatrista, le grita: "Mi cuerpo pide salsa", y se escucha una mentada de madre. Todos ríen, chocan los vasos. Celebran a la señora Consuelo Jáuregui Matos, muerta pero impresa en una gigantografía como muestra de amor. "Ella es nuestra matriz", dice. Los Jáuregui son la familia más grande del lugar. Viven ahí 60 años.

"La 'cubanada' está bonita, acá esta toda la familia esperando a que vengan los hermanos porque vamos a hacer una romería por mi mamá. Acá somos lo mejor de todo el callejón. Purito Jáuregui", dicen entre voces que se aplastan las unas con las otras.

Del fondo se oye otro grito: "Acá estamos todos unidos", exclama una señora a la que le dicen la tía Metiche, pero su voz se pierde en medio de esta fiesta que terminará al amanecer, con gente que pide más música, más trago, más diversión sin importar identidad o pasaporte, bailes bien o mal, seas bebedor social o apasionado, salsero con clase o sin ritmo.

Ya van quince horas de fiesta y no importa que el cielo comience con ese chiste de lluvia que deprime, tampoco interesa que se percuda de ese azul sin estrellas. La música no se detiene, suena más fuerte con el coro de voces que recuerda esa línea inmortal de "amar es sufrir, querer es gozar". Poesía llevada al ritmo del barrio que se adereza en esta zona picante de Lima. "Esto no lo detiene ni el serenazgo", gritan los presentes y alzan las cajas de cerveza vacías. Todo indica que no habrá un pronto final. Es verdad. ¡Se soltaron los caballos! No hay más.