7,5 fue la magnitud del sismo del 28 de noviembre que afectó la región Amazonas
7,5 fue la magnitud del sismo del 28 de noviembre que afectó la región Amazonas

Había amanecido como cualquier otro domingo, cuando la tierra comenzó a saltar debajo de sus pies amazónicos. Si bien es cierto los sismos no eran una novedad para los habitantes de la angosta garganta que atraviesa la cordillera entre Bagua Grande y Pedro Ruiz Gallo, este movimiento tenía un talante diferente: “en vez de sentir que estábamos temblando solamente, nos pareció que estábamos avanzando”, contaron los pobladores a las patrullas que comenzaron a llegar, conforme la noticia del sismo fue confirmada. Al salir de sus casas, el cerro contiguo comenzó a bambolearse.

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Poco después, se deslizó y se llevó lo poco que tenían. Detrás del ruido, se iba su herencia. Hasta el día de hoy, nadie puede ubicar dónde quedaba su vivienda o por lo menos tener la certeza de sus linderos.

—Felizmente que somos pobres —dijo doña Griselda Yaspana—. Si teníamos casas más grandes, nos íbamos a desgraciaba peor.

Nuevo Aserradero es un pueblo como los demás, que trata de no incendiarse con el sol del verano selvático, y en los inviernos persiste en no naufragar. Está levantado en medio de una garganta de montañas de media altura, de gran imponencia. En la parte baja, corre el río Utcubamba, y en medio de ellos, existe una falla geológica que el último domingo de noviembre, despertó dando coletazos.

El epicentro del terremoto fue en Barranca, un distrito de la provincia Datem del Amazonas (Loreto), que tiene 12 mil habitantes, pero cuya extensión es dos veces y media la de la provincia de Lima o más grande que el propio departamento de Tumbes. Si hay algo que rescatar es que la escasez de población; distanciada o dispersada en minúsculos caseríos, jugó a favor de que las pérdidas humanas no hayan sido más caóticas. Los lugares más afectados, además de los anexos de la vía Fernando Belaúnde Terry, quedan a una media de 250 kilómetros en línea recta, y eso ilustra lo violento que fue el sismo. Las iglesias, que eran la seña de la antigüedad de las ciudades, se volvieron ruinas.

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La destrucción de la carretera iba a ser apenas una parte de la desgracia que estaba rondando. Como si hubiera sido pasado por una licuadora, la tierra se deshizo y se llevó el pueblo, con sus casas, enseres y el ganado. El pueblo terminó en el río Utcubamba, que se represó con la carga de material y a partir de ese momento, se convirtió en una amenaza para la provincia entera.

Mientras la resaca del sismo se iba viviendo en inmediaciones; en Lima, los elementos de primera respuesta iniciaban sus procedimientos para atender a los afectados. El jefe del CCFFAA, general Manuel Gómez de la Torre Araníbar, activó el Comando Operacional del Norte y, por otra parte, el INDECI iniciaba sus protocolos. Se cancelaron las actividades oficiales previstas para esos días y las unidades militares asentadas en el sector, se aprestaron para asistir a las víctimas.

La caída de los cerros y destrucción de la vía asfaltada había dejado varados a miles de pobladores y desde el aire, los oficiales que se encontraban con el presidente de la República, pudieron percatarse de la complicada situación de quienes intentaban llegar a sus destinos.

Al paso de los días, se mantenía vivo el peligro del embalse del Utcubamba. Militares e ingenieros especialistas, estuvieron dándole vuelta a una solución, antes que el poder del agua terminara en una tragedia. El tiempo, en estos casos, nunca es un aliado. El 2 de diciembre por la noche, la represa colapsó. No de la forma tan abrupta y violenta que se esperaba, sino que se abrió una grieta por donde fue desfogando.

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Aun así, el puerto de Naranjitos y su vecino El Salao, a orillas del río, fueron inundados y la policía hizo esfuerzos por alentar a los pobladores a dejar sus casas como sea. Ahora, casi todos sus habitantes se encuentran en un albergue, que era una cancha de fútbol, más seguros. El Ejército e INDECI atiende a los damnificados, que poco saben de su futuro, excepto de que les queda una vida por vivir.

El puente aéreo a través de helicópteros de la Aviación del Ejército y la Fuerza Aérea del Perú, ha permitido que los varados, paulatinamente, puedan retornar a sus hogares. Tanto en Bagua Grande, Pedro Ruiz y La Jalca se han puesto en funcionamiento helipuertos, desde donde se les recoge y traslada personas: ancianos, enfermos, gestantes e incluso madres con niños recién nacidos han podido retornar a sus hogares, sanos y salvos.

En uno de estos traslados se encontraba a la señora Griselda Yaspana, que se iba de su pueblo, al parecer para siempre. Andaba dándole aliento a su hijo, ciego y sordomudo, con quien estuvo el domingo del terremoto. Antes de que su casa se fuera al río, lograron ponerse en un lugar seguro y contemplar el terrorífico espectáculo de ver desaparecer Nuevo Aserradero. Su esposo, a esa misma hora, estaba un poco más abajo, viendo la chacra, pero pudo ponerse a salvo. Su familia, que radica en Bagua, ha decidido mudarlos con ellos.

Con los días y la certeza de que la gente se encuentra a salvo, los trabajos se han estabilizado y los damnificados se hayan en varios albergues; en espacios abiertos como el estadio San Luis, de Bagua Grande, donde se encuentran organizados en carpas y sectores, con un orden cuartelario en medio de la pobreza. Es común encontrarse con licenciados de tropa que han estado en la guerra de 1995, por lo que no les es difícil mantenerse en una tienda de campaña y eso lo trasladan a sus hijos.

El general Gómez de la Torre ha vuelto a viajar varias veces, para ver de cerca la continuidad de los trabajos que se desarrollan en Santa Rosa de Pacpa, Naranjitos y El Salao, así como el puente aéreo, que traslada varados y llevan ayuda humanitaria. Él mismo ha entregado parte de esta ayuda, diciéndole a cada beneficiado una frase que es más cierta que nunca: “Esto es de parte del Perú”; lo que no es sino, una representación del espíritu solidario de un país al que los terremotos nunca le han dado tregua.

La naturaleza nos ha tenido paciencia, al menos en esta ocasión. Sea porque la selva hasta ahora no es un lugar densamente poblado o porque las secuelas tomaron un tiempo suficiente para ponerse a recauda, las víctimas mortales fueron mínimas, aunque siempre lamentables, en relación a la catástrofe que pudo resultar si una fuerza de esa magnitud hubiera tocado una metrópolis. Hay casi 8 mil personas afectadas y miles de viviendas irrecuperables. Las Fuerzas Armadas se quedarán en esos lugares, hasta que las condiciones de habitabilidad puedan restablecerse.

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