Era el verano de 1978 en España, se vivía el posfranquismo. El país atravesaba el cambio de la dictadura a la democracia. Un chico de clase media de 16 años cruza la frontera de Girona. Conoce allí la violencia, el amor, el sexo y la muerte.

Gafitas, Zarco y Tere son los protagonistas de esta compleja historia de amor que relata en su último libro, Las leyes de la fronteras, el escritor, periodista y columnista del diario El País Javier Cercas.

¿Qué le atrajo para crear esta historia urbana que tiene como protagonistas a Gafitas, Zarco y Tere?

En cierto modo, tú no eliges las historias, las historias te eligen a ti. Eso no es magia, sino que tienes determinadas experiencias y obsesiones. Todas son "y si..." La mejor novela para mí, El Quijote, también es así. En esta novela es un "¿y si yo, en vez de haber sido un adolescente timorato, pedante, un día hubiese cruzado la frontera de mi ciudad (Girona), marcada por un río, y me hubiese unido a la banda de delincuentes que pululaban en las ciudades españolas de mi época?". La novela es autobiográfica no porque asaltaba bancos de joven. Tu biografía no consta de tu vida, sino de frustraciones, sueños y de lo que imaginas. Yo soy todos los personajes de mi libro.

¿En qué momento usted habría querido cruzar esa frontera?

La historia de mi libro recrea un mito muy universal que España vivió a finales de los 80. Hay más adolescentes que nunca. Mi generación, el baby boom, es de jóvenes desarraigados, provenientes del norte de España, sin educación ni perspectivas de futuro. Muy pobres, viven en los extrarradios, se dedican a robar coches, bancos. Lo peculiar es que esos chavales capturan la imaginación del país. Duró muy poco porque la inmensa mayoría murió por la violencia. La heroína fue la guerra de mi generación. Arrasó con decenas y miles de chicos que murieron con menos de 25 años. Yo conocí muchos de estos chicos; no eran extraterrestres. Yo pude ser uno de ellos, la droga estaba ahí. La frontera nunca la crucé del todo, quizás la crucé inconscientemente. Conozco chicos de clase media y alta que cuando apareció la heroína, lo volvió todo más fluido. Yo estuve ahí en la frontera (risas). Pude ser uno de ellos, no era nada difícil, solo que yo era demasiado timorato.

¿Zarco, el delincuente, no cambia porque no quiere o porque la sociedad le niega esa posibilidad?

Creo que las dos cosas. Los escritores no damos respuestas, formulamos preguntas de la manera más compleja posible. Lo que hacemos es no dar respuestas claras, taxativas. Damos respuestas ambiguas, contradictorias, irónicas, equívocas.

Un fragmento de su libro hace recordar a un diálogo de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. ¿Qué pensaba mientras escribía la novela?

Cuando escribía la novela, me encargaron un ensayo sobre La ciudad y los perros. Releí esa obra, que para mí es una de las mejores novelas de la lengua española. Es posible que algo se me quedara. La originalidad no consiste en parecerse a nadie, sino en parecerse a todo el mundo. La novela de Vargas Llosa es de aprendizaje, habla de adolescentes violentos... Los escritores en español de mi generación somos privilegiados porque no vivimos como literaturas encerradas, que es catastrófico... La lección de Cervantes no la aprendemos, nos la roban los ingleses y franceses. Al español se le escapa la gran novela, la recuperamos en el siglo XX cuando unos latinoamericanos como (Jorge Luis) Borges, Gabo, Mario Vargas Llosa y Cortázar la recuperan. Frente a esto hubo dos actitudes, ambas equívocas: la de los epígonos, que empezaron a escribir como Borgesitos, Gabitos, Varguitas, Cortazitar; y la otra parricida: Borges es mediocre, García Márquez es malito... ¡No basta con matar al padre, hay que hacer algo más serio! Hay que matarlos, abrirlos en canal, hay que sacarles las tripas, meterlos a la parrilla, echarles salsa picante y comérselos; comérselos enteritos, absorberlos, convertirlos en carne de tu carne, sangre de tu sangre; hacer una literatura completamente distinta de la suya y que sin la suya no hubiera sido posible. El escritor es un caníbal; ni parricida ni epígono. Si yo pudiera comérmelo a Vargas Llosa, me lo voy a comer entero; igual a García Márquez. Insisto: todos los escritores que merecen la pena han hecho esto.