Los días en que Sendero Luminoso masacró a 72 personas en Tsiriari
Los días en que Sendero Luminoso masacró a 72 personas en Tsiriari

El 18 de agosto de 1993 siempre será recordado por los habitantes de ocho comunidades asháninkas y nomatsiguengas del valle de Tsiriari, distrito de Mazamari, provincia de Satipo. Ese monstruoso día, una turba de entre 200 y 300 senderistas ingresaron con machetes, hachas, palos y algunas armas de fuego para desatar una masacre que el Perú tampoco debería olvidar.

Los criminales mataron de la manera más brutal a 72 personas, entre hombres, mujeres, niños y ancianos, tal como lo recuerda Julio Rojas Mañahuiri, presidente del Comité Zonal de Autodefensa del Valle del Tsiriari, quien tenía 16 años cuando los terroristas ingresaron a su comunidad simulando ser miembros de las rondas campesinas para así convocar a la gente y llamarla a la plaza.

“Acá al mismo Tsiriari llegaron de madrugada y nos sacaron a todos de nuestras casas y nos hicieron formar. Una vez ahí, sacaron sus hachas y machetes. Comenzaron a matar a todos mientras gritaban soplones y traidores”, dijo Rojas Mañahuiri a un equipo de Correo que esta semana llegó a este punto de la selva de Junín, ubicado a diez minutos de vuelo en helicóptero desde el aeródromo de Mazamari.

Las comunidades atacadas por los senderistas fueron Tsiriari, Tahuantinsuyo, Monterrico, San Francisco de Cubaro, Unión Cubaro, San Isidro de Sol de Oro, Santa Isabel y Camavari. El ataque fue muy bien planificado, pues los criminales se repartieron en los diferentes puntos de estas zonas para matar, herir, robar animales y quemar las viviendas.

La masacre fue tan brutal que el Perú acudió a la Organización de Naciones Unidas (ONU) a denunciar estos hechos. De las 72 víctimas mortales, 14 eran niños a los que les cortaron las orejas a lenguas. “A dos mujeres les cortaron los senos. En Tahuantinsuyo, a una chica embarazada le arrancaron al bebé que estaba gestando. Daban vivas a Sendero Luminoso, fue un espanto”, señala Rojas Mañahuiri.

En diálogo con este diario, este dirigente del comité de autodefensa recordó que al amanecer, luego de la masacre, toda la comunidad estaba regada de cuerpos seccionados, mientras las viviendas ardían. “Estas lacras de los terroristas barrieron con todo, iban borrachos, a uno de los niños lo mataron porque no dejaba de llorar”, dijo Rojas Mañahuiri empuñando el fusil que usa para defender a su comunidad.

Tres años antes, el 16 de mayo de 1990, otro grupo de senderistas ya había atacado el valle. Hubo dos muertos. Fue a los pocos meses que se formaron las rondas campesinas. De esta manera los terroristas se quisieron vengar de quienes les habían dado las espaldas en su lucha criminal contra el Perú. Pero nada se compara con la matanza de agosto de 1993, que cada año es recordada especialmente en Tsiriari y Tahuantinsuyo.

Hoy este valle está pacificado. Los remanentes narcoterroristas están concentrados hacia el sur, en Vizcatán (límite entre Junín, Ayacucho y Huancavelica) y Canayre (Ayacucho). Sin embargo, la pobreza sigue golpeando a este sector que fue brutalmente castigado por el terrorismo. Acá la economía está basada en la pesca y la agricultura para el autoconsumo.