(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

Si algo muestran las estadísticas, es que el nuevo coronavirus parece ser menos agresivo en lugares de mayor altitud.

En el grueso de estas, las ciudades principales –que suelen ser focos de infección– están ubicadas alrededor de los 2500 metros sobre el nivel del mar o a más altura. Es el caso de las capitales de los departamentos de Apurímac, Puno, Pasco, Ayacucho, Huancavelica, Cajamarca o Cusco.

¿Qué hace que en estos sitios la pandemia de COVID-19 no llegue a los niveles de Lima o Lambayeque?

En primer lugar, hay ciertas características que comparten la mayoría de localidades de sierra y que podrían estar frenando al virus; por ejemplo, baja densidad demográfica. Apurímac –que todavía se puede jactar de cero fallecidos– no llega al medio millón de habitantes. De hecho, el censo de 2017 revela un decrecimiento poblacional. Si hay menos gente, es evidente que disminuirán los contagios y los decesos.

También se puede aducir la menor interconexión. El virus se traslada con el ser humano. Las ciudades con mayor flujo comercial y de viajeros están ubicadas sobre todo en la costa. Un movimiento de personas menos intenso hacia la zona andina habría hecho que no lleguen tantos contagiados y la población local no sea tan expuesta al patógeno.

Sin embargo, la selva tampoco tiene la masa poblacional de la costa ni goza de su conectividad y aun así presenta escenarios críticos como el que se vive en Loreto. En efecto, esta región amazónica de 883 mil habitantes supera ya los 3390 contagios, mientras que Cusco –con 500 mil pobladores más y alto movimiento turístico– bordea los 860.

Para Darío Navarro, titular de la Dirección Regional de Salud de Cusco (Diresa), hay varios elementos a tener en cuenta. “Una diferencia pueden ser las acciones tomadas. Los que han traído la enfermedad han sido sobre todo turistas. Hemos sido más estrictos que Loreto en ponerlos en cuarentena, a pesar de los reclamos de los consulados. Asimismo, hemos puesto en cuarentena a todos los que regresaban (al Cusco) y no les hemos tomado la prueba rápida al inicio, como decretaba Lima, sino al final, para darles el alta. Hacerlo antes no nos garantizaba nada”, manifiesta.

Navarro también admite que la propia geografía –es decir, la altitud– podría ser una pieza clave. Asegura que su región espera sacar resultados más concluyentes al respecto en unas semanas, cuando se evalúe la evolución de los casos reportados en Quillabamba, una zona de selva alta.

Pero ya hay algunas investigaciones sobre el tema. El médico huancavelicano Fredy Quispe Huamán realizó un pequeño estudio comparativo en el que halló que quienes viven por encima de 2500 metros tienen una tasa inferior de mortalidad. “Por cada 100 pacientes diagnosticados con coronavirus, fallecen 16 en altitudes menores, pero, en altitudes mayores, solo uno”, afirmó.

Clima y cuerpo. De acuerdo con Quispe, el ambiente jugaría en contra del virus. Por un lado, la alta concentración de rayos ultravioletas en zonas de altura y los cambios bruscos de temperatura pueden funcionar como germicidas naturales y disminuir las probabilidades de contagios.

Por otro lado, los habitantes de zonas altas estarían fisiológicamente mejor preparados para sobrellevar una infección del nuevo coronavirus.

“Se han postulado varias cosas. Una de ellas es que la gente, por vivir en altura, tenga menos receptores ECA”, manifiesta el infectólogo Eduardo Gotuzzo. Dichos receptores ECA (enzima convertidora de angiotensina) se encuentran en las células de ciertas partes del cuerpo, como los pulmones. Son una suerte de puerto para el virus, pues este se adhiere a ellos al ingresar al organismo y comienza a replicarse.

Una segunda hipótesis tiene que ver con una adaptación del cuerpo del poblador de las alturas a la hipoxia crónica; es decir, a vivir respirando menos oxígeno. Esto ayudaría a minimizar los efectos de una infección. No obstante, Gotuzzo advierte que por el momento no hay nada comprobado, por lo que se debe promover la investigación al respecto.