El cannabis se usó en medicina hasta bien entrado el siglo XX. La Convención Única sobre Estupefacientes de la ONU lo situó en 1961 en el mismo nivel de peligrosidad que la heroína.
En su estructura dominan dos principios activos: el THC (modifica el estado de ánimo) y el CBD (que no es psicoactivo, no sube, pero atesora multitud de aplicaciones terapéuticas). El equilibrio entre ambos es clave para el bienestar del consumidor.
Canadá es el primer Estado en regularlo en su conjunto medicinal y recreacionalmente, tras Uruguay en 2013. Con una diferencia: Ese país cuenta con uno de los mayores PIB del mundo; forma parte del G 8; su población es de 37 millones de habitantes, que de los cuales 5 millones consumen cannabis; y es una cifra de negocio en torno a la marihuana que ya supera los 6.000 millones de euros.
En simbiosis con la industria del tabaco y el alcohol, que cuenta con los canales de distribución; las herramientas de marketing, publicidad y diseño. Juntos pueden convertir el cannabis en el negocio de la historia.
El Gobierno peruano presentó el reglamento del uso del cannabis medicinal y terapéutico que desde el 24 de febrero de 2019 entra en vigencia.
Esta reglamentación, entre muchas facilidades, permitirá el comercio minorista del medicamento a través de farmacias y boticas, que deberán adquirir los productos de las droguerías y laboratorios autorizados. Esto, en un mediano plazo, podrá disminuir el precio del producto.
Este reglamento es mucho más moderno, flexible y competitivo que el de otros países e incentiva a los inversionistas nacionales y extranjeros a meterse en este negocio. Para tener una idea del potencial de este mercado, cada hectárea de cultivos de cannabis genera ventas por US$ 1 millón, mientras que la inversión por cada hectárea es de US$ 120,000.
El Perú puede convertirse en el corto plazo, en unos 3 años o 5 años en un productor de muy alta calidad de producto para la exportación.