Si duermes mal, te despiertas tenso y tus exámenes médicos no muestran ninguna anomalía, el problema podría no estar en tu cuerpo, sino en tu mente. Dolor de cabeza, fatiga crónica, tensión muscular o incluso palpitaciones son algunos de los síntomas físicos más comunes que pueden tener su origen en el estrés crónico, una condición emocional que muchas veces pasa desapercibida y que, sin embargo, impacta de forma directa en el bienestar físico.
“El cuerpo y la mente están profundamente conectados. Cuando vivimos bajo presión constante —por trabajo, familia, deudas o exigencias personales—, nuestro organismo entra en estado de alerta permanente, afectando funciones básicas como el sueño, la digestión o el control del dolor”, explica el Dr. Antonio Lozano Vargas, médico psiquiatra de la Clínica Anglo Americana.
Esta sobrecarga del sistema nervioso y del eje hormonal del estrés se manifiesta en el cuerpo a través de lo que se conoce como somatización: síntomas físicos que no tienen una causa médica evidente, pero que reflejan un malestar emocional profundo. Desde gastritis, migrañas y contracturas hasta irregularidades menstruales o fatiga persistente, el cuerpo lanza señales cuando la mente se ve sobrepasada.
El gran problema es que muchas personas no logran identificar el origen emocional de su malestar, y al no encontrar una causa médica, sienten frustración, temor o incluso culpa. “En contextos donde hablar de salud mental sigue siendo un tabú, se prefiere consultar por el cuerpo antes que por la mente. Y eso retrasa el tratamiento adecuado”, advierte el Dr. Lozano.
Ignorar el estrés sostenido puede derivar en enfermedades serias, como afecciones cardiovasculares, trastornos metabólicos o autoinmunes, así como cuadros severos de ansiedad o depresión. Además, deteriora las relaciones, el rendimiento laboral y la calidad de vida.
El especialista señala que la clave para distinguir si un síntoma es físico o emocional está en una evaluación clínica completa. “No se trata de minimizar el dolor, sino de reconocer cuándo necesitamos mirar más allá. Si los exámenes son normales, pero el cuerpo sigue hablando, es momento de escuchar a la mente”.
El tratamiento del estrés debe ser personalizado e integral. La psicoterapia —especialmente la terapia cognitivo-conductual—, junto con la actividad física, la meditación, una buena higiene del sueño y, en algunos casos, medicación supervisada, pueden marcar la diferencia. La educación emocional también juega un rol fundamental. Reconocer lo que sentimos y saber cuándo pedir ayuda es un paso vital en el cuidado de nuestra salud.
Finalmente, hay señales de alerta que indican que no basta con un analgésico o una dieta: insomnio prolongado, tristeza constante, irritabilidad, dolor físico recurrente, aislamiento o pensamientos negativos son motivo suficiente para acudir a un especialista en salud mental.
“Buscar ayuda profesional no es debilidad. Es responsabilidad. No hay salud sin salud mental”, concluye el Dr. Lozano.