POR: OMAR ZEVALLOS
El mismo año en que Mario Vargas Llosa recibiría el Premio Nobel de Literatura, tuve la oportunidad de compartir una larga conversación en su apacible y amplio departamento del tradicional barrio de Barranco. Aquella tarde de verano, se convertiría en uno de los más recordados momentos al lado de un grande de la literatura universal.
En el 2009, mi entrañable amiga Teresina Muñoz Nájar me había buscado para contarme un proyecto editorial que tenía en mente y quería que yo ilustrara sus hermosas Historias deliciosas; aquellas historias donde los principales productos naturales de nuestra gastronomía cuentan sus orígenes. La colección de 8 libritos para niños fue un éxito total y eso nos permitió conocer de cerca el verdadero interés de los niños por historias bien contadas.
RECUERDO
Teresina tiene una prima, Lucía, que trabajaba como una de las secretarias personales de Mario Vargas Llosa en Lima y en una conversación le comentó que sería interesante hacerle llegar una colección de estos libritos para los nietos del escritor. El deseo fue comentado con Mario y él, de buena gana, nos invitó a su casa barranquina para ver los libritos. Emocionados, nos alegramos de verlo de cerca y aunque solo serían 15 minutos por reloj.
Llegamos puntuales, nos enviaron el ascensor directo hasta el último piso y nos recibió Lucía en lo que era la oficina desde donde ambas secretarias se encargaban de coordinar detalles y la agenda del escritor con el mundo. Luego de los saludos, Lucía nos recordó que solo estaríamos 15 minutos y que ella nos haría saber el momento de partir. Luego pasamos por un hall que nos condujo hasta la terraza donde había unos cómodos sillones blancos que miraban al mar. Hacia la izquierda estaba el escritorio del escritor detrás de una amplia mampara de vidrio y allí estaba él. Concentrado en una lectura, en un gran escritorio repleto de papeles y algunos libros y con un pequeño ejército de pequeños hipopótamos de diversos colores y formas. Parecía estar en una pecera, tal como tituló su libro de memorias “El pez en el agua”.
Unos minutos después, apareció con una gran sonrisa y nos dio la bienvenida. Hola, me dijo y me extendió la mano, su mano era blanda, era la mano de un escritor que jamás ha hecho un trabajo manual; era la mano de alguien que acarició miles de libros a lo largo de su vida y que empuñó una pluma para escribir todo lo que tenía dentro. Nos sentamos y casi de manera protocolar le comentamos la razón de nuestra visita, pero él estaba relajado, casi diría que con ganas de conversar un rato.
Vio los libritos y nos hizo varias preguntas, y Teresina le contó cómo es que se le había ocurrido la idea y cómo es que logramos esa química para hacer realidad la publicación. Mario comentó la importancia de hacer libros para niños y luego preguntó sobre los proyectos y lo que haríamos luego de esto. La conversación fluyó con una gran facilidad, parecía un momento distendido entre personas que se conocían.
TÉ CON MARIO
Luego apareció Patricia, que se unió a la conversación; para entonces ya habían transcurrido los 15 minutos pactados y pude ver a Lucía que nos advertía que ya debería terminar la visita. Yo intenté pararme cuando Patricia nos ofreció un café y sin esperar respuesta, llamó un asistente de la casa y le pidió cuatro cafés con galletitas. Fue en ese momento en que todo se transformó en una conversación sobre el mar que teníamos enfrente, sobre las familias, sobre Arequipa; pero ni una sola palabra sobre literatura o sobre lo que estaba escribiendo.
Nos contó que unos días atrás había perdido su celular en uno de los cines de Larcomar y que fue encontrado por un conocido empresario que tuvo la gentileza de devolverlo. Para entonces ya había transcurrido casi una hora y casi para dar por terminada la reunión, le obsequié una caricatura original que le hice y quedó maravillado, rio de buena gana y me dijo: “Me has hecho un poco serio”, y se la mostró a Patricia. “La voy a poner en mi biblioteca, donde tengo otras que me hicieron en Europa”.
Al salir, nos acompañó a la salida y antes de despedirse, me dijo que lo acompañara a su biblioteca para mostrarme las caricaturas que tenía; y eso fue la gloria, conocer de cerca la enorme cantidad de libros que llenaban filas de libreros. Paras entonces ya se estaba cocinando la donación de su biblioteca personal a nuestra ciudad; comentó que tenía sus libros repartidos entre Londres, Madrid, Lima y Nueva York.
Aquella tarde, con Mario Vargas Llosa en la intimidad de su departamento quedará grabado en mi memoria por siempre, no solo por lo que nos dio con la magia de su pluma a través de sus incontables libros memorables, sino por la sencillez con que nos abrió las puertas de su casa. Gracias por eso, Mario navega por la inmortalidad de los grandes que hicieron de la literatura, esa magia que nos lleva por la fantasía de las palabras.
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