​“Creo que un lector activo es alguien que al leer escribe de alguna manera”
​“Creo que un lector activo es alguien que al leer escribe de alguna manera”

Diego Trelles Paz (Lima, 1977) publicó en 2017 La procesión infinita. Una novela sobre la violencia, sobre las relaciones y los rezagos de una post dictadura que todavía intentan mantenerse. ¿Por qué se suicidó Francisco? ¿Dónde está Cayetana? Serán las preguntas que Trelles, con el estilo que caracteriza a su narrativa, nos responderá con sorpresa.

Sé que buscas hacer una trilogía con Bioy, La procesión infinita el próximo libro que se viene. ¿Cómo surge la idea de escribir La procesión infinita?

Es una historia que nace de una experiencia muy cercana a mí. Dentro de mis cinco libros de ficción, es el segundo que tiene un acercamiento a lo biográfico, pero siendo ficción. Primero fue Hudson el redentor, mi primer libro, y este es el segundo que tiene esa aproximación un poco autobiográfica y en ambos aparece el mismo personaje que es el Chato que en esta novela por primera vez se le da un nombre: Diego. Esa es la causa de la historia principal de la novela que es la de Francisco y el Chato. Pero en realidad la trilogía es sobre la violencia política que, como dices, empieza con Bioy, e intenta acercarse a momentos precisos de la historia de la violencia política en el Perú de los últimos 30 años. Por esa razón en Bioy hay una suerte de repaso histórico con elementos policiales y de diferentes géneros. Ese repaso histórico empieza en el año 80, más o menos, y va recorriendo todo lo relacionado con el conflicto interno, la época de la dictadura de 1992 al 2000 y un poco el presente que es la violencia del narcotráfico y la violencia común. En La procesión infinita a mí me interesó hablar un poco de lo que sucedió cuando recuperamos la democracia, la época de la post dictadura. Era algo que me afectaba a mí directamente. Es cierto que yo era bastante niño, durante los 80, en realidad era casi un adolescente durante la época más fuerte del terrorismo y la guerra interna. Pero fue la dictadura la que de alguna manera me marcó más, de manera consciente, porque mi adolescencia plena y mi juventud yo estaba ahí, en Lima. Yo me voy el año 2000 del Perú. La mitad de mi vida la he vivido fuera del Perú y coincide mucho con ese viaje que hacen los protagonistas huyendo de esta memoria, de este pasado, huyendo un poco inútilmente. La procesión infinita habla un poco de esas marcas indelebles que nos dejó esta experiencia traumática y cómo de alguna manera no hay forma de huir de ese trauma. Eso lo vemos no solamente en los personajes de Diego y Francisco si no también en los otros. Es la novela de una juventud que crece con estos códigos distorsionados de una dictadura autoritaria que pasó por encima de muchas cosas de una manera muy violenta y que generó distintas reacciones y a mí me interesaba llevar eso a la ficción. Eso por un lado. Y por el otro, me interesaba hablar del Perú en el presente a partir de esa semilla que dejó la dictadura en nosotros. Y lo que plantea el libro es que en realidad la dictadura se cayó un poco institucionalmente. Se metieron presos a muchos de los cabecillas, militares y políticos responsables de crímenes. En esencia, yo creo que sigue hasta el presente, de alguna manera.

Hay dos personajes que me gustaron mucho en la novela: Pochito Tenebroso y la Chequita. Cómo logras sus diálogos desde ese lenguaje callejero, coloquial. Al contrario de interrumpir la lectura hace a que tenga un mejor ritmo y que incluso suene mejor. ¿Revisas mucho?

Ninguno de los proyectos narrativos se formó sin un planteamiento previo que intentó ser completo. Es decir, yo voy forjando o pensando las novelas desde diferentes aristas. Y una de las que trabajé en esta de manera especial fue la de los personajes y la del leguaje. Es decir, cómo el lenguaje podía identificar a cada uno de los personajes de esta novela. Yo creo que eso es algo que vengo trabajando desde el inicio de mi carrera pero que en algunos de mis libros se hace más notorio. Vas a ver por ejemplo la presencia de mexicanos en Bioy, en El círculo de los escritores asesinos, en algún cuento de Adormecer a los felices; vas a ver esta mezcla que a mí me interesa mucho. En realidad, en la lengua no me interesa la pureza, no me interesa en absoluto el acercamiento del buen decir. A mí, por el contrario, lo que me interesa es el lenguaje vivo de la calle, este acercamiento un poco impropio que va delineando el carácter de personajes que yo considero claves en las novelas para definir distintas cosas, sea risa, sea mi propia experiencia. Y mi propia experiencia es la de alguien que ejerció el periodismo, incluso lo ejerce hoy, y que ha vivido en distintas partes del mundo, que ha escrito sobre música. Entonces, muchas veces el elemento sonoro es vital a la hora de construir una novela o un cuento. En el caso de Pochito Tenebroso esto es muy notorio. Para mí Pochito Tenebroso era un personaje muy importante en la novela, no solo porque resuelve uno de los enigmas principales de la trama sino sobre todo porque es un personaje que está definido por su lenguaje. Y eso era algo que yo había pensado mucho. De hecho, había pensado, por ejemplo, en La naranja mecánica, la manera como Anthony Burgess se acerca a crear estos personajes que deforman el lenguaje. Eso fue una influencia. La otra influencia tenía que ver con Puig un poco. Lo que te quiero decir es que me interesa ese lenguaje que nace de la calle. Pero al mismo tiempo me interesa como este lenguaje, incluso desde su aparente imperfección, puede generar belleza. Pochito Tenebroso es completamente incorrecto. Es un personaje que puede decir cosas que yo mismo no aprobaría ni me parecen correctas porque son de misóginas hasta homófobas, racistas. Pero me interesaba más bien que el personaje generara algo: desde risa, hasta empatía, hasta miedo, porque incluso desde el nombre ya va anunciando que hay algo que oculta este personaje. Lo mismo con la Chequita que de alguna manera fue un intento de acercarme a esas personas que dentro de un contexto de desigualdad en el país no tienen las oportunidades de otras personas y que, sin embargo, pueden tener la virtud, en el caso de ella es el descubrimiento de la literatura. La novela tiene un fuerte trabajo de los personajes. Es una novela en la cual, creo yo, me esforcé en que haya voces distintas y que a diferencia de Bioy estas voces tuvieran más peso protagónico en la novela. En Bioy puede ser una novela polifónica, coral, pero con muchos más personajes, con una arquitectura que fue mucho más difícil de trabajar. En La procesión infinita lo que hay es personajes definidos por muchas formas y una de esas es el lenguaje.

Cercas dice que una novela más que darte respuestas te da preguntas. Así el lector pueda responder como mejor le parezca. ¿Estás de acuerdo con esto, con que el lector más que satisfecho termine insatisfecho con la posible respuesta de la novela?

Digamos que me interesa que el lector, desde su lectura, se apropie del libro. Es cierto que estamos ahí sobre todo para sugerir. Cosa curiosa lo que mis novelas muchas veces han generado es algo que a mí me fascina como escritor que es la idea de que el lector se vuelva interactivo después de la lectura y pueda desafiar cualquier autoridad imaginaria del escritor. Cuando yo publiqué El círculo de los escritores asesinos algunas de las cosas que me llegaron fue gente que había leído el libro, que lo elogiaba pero que ponía en duda que quien se supone era el asesino del crítico realmente lo fuera. Es decir, ponía en duda la resolución de la trama de la novela. Y eso a mí me parecía fabuloso. Yo soy de las personas que creen que cuando un libro se termina ya no le pertenece al autor y esa forma de leer el libro es una forma también de escribir. En el caso de mis novelas posteriores, siempre ha habido este acercamiento medio policiaco de descubrir algo y no necesariamente la forma en la que está presentada te permita cerrarlo del todo. Yo en esto soy sumamente bartheano, me parece que el libro le pertenece al lector y al autor y a veces mucho más al lector. Lo que es cierto es que en La procesión infinita hay más de un enigma. Es una de las novelas en las que más me he planteado enigmas de enigmas. Estoy de acuerdo en que los libros más poderosos son los que generan distintas lecturas y que generan que los lectores se apropien del libro. Esta experiencia a mí me parece fabulosa. De hecho, me intriga. En los distintos clubes de lectura que participé en Lima para mí eran experiencias estupendas porque me veía confrontado a preguntas y a versiones distintas a las que yo necesariamente podía haber creído. En La procesión infinita vamos viendo cómo se van descubriendo distintos enigmas y hay al mismo tiempo claves y hay referencias que no necesariamente todos los lectores tienen que saber o darse cuenta y que están ahí. Muchas de ellas aluden a mis libros anteriores porque, claro, todo lo que he hecho yo forma parte de un proyecto narrativo de vida. En ese sentido, muchos de mis personajes van cruzando los libros como muchos de los espacios van apareciendo y reapareciendo. Esta es una trilogía, por ejemplo, pero no es una saga. Eso quiere decir que las tres novelas, la que estoy haciendo ahora también, se pueden leer de manera independiente. Sin embargo, alguien que ha leído todo lo que he escrito tranquilamente puede encontrar las conexiones secretas. En resumen, me interesa el lector activo. Yo creo que un lector activo es alguien que al leer escribe de alguna manera.

Los críticos mencionan que en tus libros se nota la influencia de Bolaño y Vargas Llosa. Cuál es tu relación con estos autores. ¿Vuelves a ellos? ¿Los relees?

Yo creo que en la evolución literaria de la obra de cada autor se puede notar algunas influencias pero también se puede notar cómo va formando su propia voz. En ese sentido, no solamente a Vargas Llosa y a Bolaño le debo un motón de cosas. Uno puede rastrear un poco la genealogía de mis lecturas desde el primer libro. Pero también creo que una lectura ordenada pueda dar luces sobre la manera en que yo he ido modulando mi propio estilo. A mí desde luego me honra cuando hacen esas comparaciones, pero al mismo tiempo me preocupa porque cuando ya tienes 5 libros, no es que sea un montón no (ríe)… Pero yo creo que a partir de la primera novela en adelante quizás lo que se ha modulado más es mi propio acercamiento, mi mundo narrativo, mi voz. Pero desde luego, Vargas Llosa es un referente desde mi adolescencia, incluso desde que empecé a leer pero como él otros, por ejemplo Onetti. Y yo estoy haciendo referencia a ellos de muchas maneras y no solamente a la literatura sino también al cine que está presente en todo lo que hago. Y Bolaño también. Es un autor que me ayudó mucho cuando estaba escribiendo mi segundo libro. De alguna manera mi acercamiento a los autores a los cuales les debo algo siempre es un poco parricida en el sentido en el cual nunca me ha interesado meterme de lleno a la literatura pensando que puedo ser émulo, pensando que a lo máximo que puedo aspirar es a tener un eco bien formado de otras voces. A estas alturas de lo que he hecho, creo que hay un dominio del oficio y que muchas veces ya mi suerte de reconocimiento a las voces formativas se da a través de las alusiones, de las referencias, o de la manera que voy salpicando cosas que me interesan en la boca de mis personajes.

Permíteme hacerte un paréntesis en esto y consultarte una frase de Pochito Tenebroso cuando dice que si quieres ser escritor deja de olerle los pedos a Vargas Llosa. ¿Compartes esto? ¿Cómo miras espacio literario en el país?

Primero te respondo sobre el pasaje del libro del que hablas. De alguna manera La procesión infinita a uno de modelos con el cual se enfrentaba, si quieres ponerlo de esa forma, era Conversación en la Catedral. Era una suerte de lectura pero una lectura que era también una suerte de enfrentamiento con una novela que a mí me cautivó siempre. Está el modelo del diálogo que hay entre Pochito Tenebroso y el Chato y de alguna manera va recorriendo la historia de los diferentes enigmas que se presentan. Al mismo tiempo, el impulso parricida de cualquier escritor o de cualquier artista también aparece simbólicamente en lo que escribe. Hay una escena en El círculo de los escritores asesinos en el cuál el mismo personaje del Chato dice que va a esperar la noche en el malecón Paúl Harris, que es donde queda la casa de Vargas Llosa en Barranco, a que salga para verlo pero lo que encuentra en realidad es un edificio que solamente lo ensombrece, y que cuando salga, si en algún momento sale, no sabe qué va a hacer pero se le ha pasado por la cabeza pegarle. Entonces, eso que escribí en una novela que salió en el año 2005 todavía tiene ese elemento simbólico de recurrir o volver sobre las voces formativas, pero con un elemento paródico con un elemento de reafirmar mi voz. Es cierto que hay mucho de humor en La procesión infinita y hay muchas de estas alusiones a algo que también había trabajado en El círculo que tiene que ver con la literatura como una suerte de campo de batalla, ese es un tema principal en mis novelas y el otro, evidentemente, es la violencia política. La segunda pregunta ¿cuál era?

Si compartes lo que dice tu personaje Pochito Tenebroso sobre esto de que para ser escritor no hay que estar detrás de Vargas Llosa

Evidentemente estoy parodiando una situación que no solamente ocurre en el Perú y que tiene que ver con la idea que tengo yo de ser escritor y que siempre tuve. La escritura también es un combate y esa es la forma en que siempre me he enfrentado a la creación. Definitivamente en todo medio literario vas a ver figuras de poder y también vas a tener la disyuntiva de si acoplarte, de si tener una forma de entrar a un medio que no necesariamente tenga que ver con la literatura o con tus libros. Yo siempre busqué que lo más importase fuera mi producción. Como dije hace muchos años, no me hice escritor para lamer la suela de escritores con poder y acá no hablo de Vargas Llosa ni nada por el estilo sino hablo de cómo yo creo que la literatura está por encima de la política y muchas veces esas no son las consideraciones de muchas escenas. Es una reivindicación de la literatura según como yo lo veo. Y creo que Pochito Tenebroso habla de eso, habla de cómo en el fondo lo que importa es escribir, y cada vez mejor, y producir. Entonces, vemos muchas veces como se gastan estos círculos de poder sobre la base de las influencias, de los halagos mutuos, pero en términos de producción muchas veces no hay una continuidad, un proyecto responsable y eso es precisamente lo que yo he intentado hacer. No soy amigo de un montón de escritores y a veces tampoco quiero. Lo que quiero decir es que para mí siempre lo primero ha sido desarrollar mi arte. Yo estoy aquí para producir, para escribir, para ser cada vez un mejor escritor. El resto no tiene mucho que ver con la literatura. Muchas veces cosas que se dan por sagradas o necesarias no lo son tanto. Hay muchos escritores que creen que ser escritor es llegar a una portada de Luces o aparecer en la revista de moda. Y yo creo que ese es un enfoque erróneo, efímero, que a la larga no tiene nada que ver con la literatura sino con el beneficio aparente que te pueda dar un estrellato. Y no hay nada más efímero que eso. Muchos de mis libros hablan de eso.

Has dicho que te fuiste a Francia a escribir. ¿Qué te ha dado ese país y qué le ha dado a tu literatura?

Yo me fui, como te digo, a los 20 años del Perú. Me fui 12 años a los EE. UU para estudiar y producir. En EE. UU. he escrito la mitad de mi obra. Siempre he estado buscando la distancia. La distancia es algo que siempre me ha ayudado a entender qué es lo que quiero hacer, de qué quiero hablar, cómo quiero aproximarme y cómo quiero redescubrirme como autor. A mí me interesan mucho estas cosas. Soy una persona que me interesa la política, que me interesa que ciertas cosas cambien en el Perú. Particularmente ahora creo que estamos en un momento muy delicado con todo lo que está pasando. Y peligroso. Se quiere pasar una ley, por ejemplo, que es una ley de censura contra el cine, para controlar contenidos. Creo que entonces ese tipo de actos que están destinados a generar un país donde la libertad esté seriamente en peligro, eso de alguna manera tiene que encontrar una respuesta de la sociedad civil. A veces, como ciudadano político, como persona pública, trato de ser coherente con mis principios pero muchas veces también esta suerte de defensa de lo que creo y tiene también sus costos. Y cuando hablamos de los grupos de poder de allá pues es un poco así. Lo que te quiero decir es que cada vez más estamos viendo esa práctica mediante la cual hablar tiene sus costos y yo creo que estamos camino a una situación que se vuelve bastante dura y peligrosa.

Pero no sé. Finalmente, aquí Francia fue un lugar en el que yo siempre quise estar. En primer lugar, porque muchos escritores de los que a mí me interesaban vinieron. Pero yo hago un poco las cosas al revés. Yo llegué a Francia cuando ya se había acabado la fiesta. Muchos de los escritores, los primeros, evidentemente habían muerto, pero incluso los de mi generación, muchos, se habían ido. Lo cual me parece interesante también. Francia sigue siendo un espacio, para mí, ideal para hacer mis proyectos, para formarlos. Hay apoyo también y estoy contento. Tengo una editorial que me publica, que es bastante grande y que va a publicar La procesión infinita en enero. Ya sería mi segundo libro que aparece en Francia con la misma editorial. Aunque no lo creas es todo un logro para las traducciones de autores peruanos al francés. Y esto yo lo descubrí no hace mucho. Es decir, son muy pocos los escritores que tienen dos obras o más traducidas al francés. De hecho, son menos de 10. Es terrible porque no hay ninguna mujer, lo cual no habla muy bien de la aproximación francesa a la literatura peruana. El único escritor al que le han traducido todo es a Vargas Llosa. Pero esto está cambiando. Muchos escritores de mi generación, algunos amigos, están empezando a sacar (libros), sus novelas están siendo traducidas y ser parte de este movimiento me alegra. La francesa fue una de las literaturas que siempre me interesó. Uno de los autores franceses que me ha influido mucho es Céline. No me fui porque no pudiera escribir en otro lado pero es cierto que la mayor parte de mi obra la he escrito fuera del Perú y eso es algo que quiero preservar. No sé si estando en el Perú tendría trabajo, no sé cuántas puertas se me cerrarían por las cosas que digo y por los ideales que defiendo, pero yo no puedo cambiar lo que soy. Eso tiene que ver con la honestidad con la que yo quiero encarar las cosas en literatura y fuera de ella.

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