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Todos los visitantes se encuentran sentados en diferentes partes del bote, don Justo Bancayán se inclina hacia el mar, hunde su mano en él, se echa la bendición y dice: “ahora ya estamos listos”. Enseguida enciende el motor de “San Judas Tadeo”, su pequeño bote de trabajo, y de esta manera inicia la travesía hacia la Isla Foca, en la región 

EL HOMBRE DE MAR. Don Justo es un antiguo hombre de mar de estatura baja, ojos grandes y cansados que se emocionan al ver el mar, su cabello negro siempre está oculto tras una gorra que lo protege de los incandescentes rayos del sol norteño. Bajo su contextura delgada se esconde la fuerza que todo hombre de mar posee gracias a la pesca, a la que hace más de una década dejó a un lado para dedicarse al turismo de su pueblo La Islilla y la Isla Foca.

LA ISLILLA. Este lugar es una caleta de Paita cuya población está conformada, en su mayoría, por pescadores artesanales. Para llegar allí hay que viajar una hora en una combi que cobra 5 soles desde el mercado de Paita.

Don Justo fue el primer poblador que incentivó el turismo en el pueblo. Él asegura que al principio fue difícil, pues la pesca era mucho más que oficio para él. Más que un sustento económico, la pesca era un estilo de vida que desarrolló durante gran parte de su historia y lo impartió a sus hijos para que ellos también conozcan cómo es la vida en el mar.

Es así que cuando decidió intercambiar los hilos y las redes de pesca por los turistas, lo tomaron por loco. Sin embargo, su perseverancia y “locura” hicieron de Don Justo una persona que lucha constantemente por demostrar que su isla -a la que cuida- puede incluso ser más hermosa que otras playas norteñas.

LAS ENSEÑANZAS. El señor Bancayán se emociona al hacer cada recorrido alrededor de la isla. Para él cada viaje es distinto, nunca duda en esbozar una sonrisa mientras dice “Mira esa piedra, ¿ves la forma que tiene? Es la roca del gigante porque puedes ver una cara de perfil”. Después, cuenta con entusiasmo que en la isla habitan lobos marinos finos y chuscos, hasta menciona las características para distinguir uno del otro.

Con mucha paciencia, trata de repetir la explicación para que todos los turistas puedan diferenciarlos.

Así va contando sobre la fauna que se aprecia en la isla Foca como pelícanos, gaviotas, pingüinos o piqueros de patas azules, entre otras especies. Hasta que llega la hora de desembarcar en el lugar y dar una larga caminata por las playas y los cerros desde donde se disfruta de una vista panorámica de la isla y de la costa, en la parte oriental.

SU PROPIO MUELLE. Don Justo entra en confianza y revela que el muelle en el que actualmente se desembarcan los turistas lo construyó con sus propias manos en tres días. Así como que también él dio de su dinero para que en La Islilla haya baños públicos para los visitantes. Además, en la semana, ejerce como sargento de playa de la caleta.

Todos estos esfuerzos para que su tierra se haga conocida ante los ojos de los demás. De regreso al bote, el recorrido continúa. Con una mano en el bolsillo de su casaca y la otra en el timón, don Justo va maniobrando el bote sigilosamente sobre las olas con un dominio magistral sobre la embarcación.

UN GRAN AMOR. Las charlas continúan y don Justo sigue explicando emocionadamente cada cosa que los turistas señalan. Si bien muchos han cuestionado por qué ha dejado de lado el estilo de vida que tanto disfrutaba por promover el turismo en su pueblo, él siempre responde: “Yo nací en La Islilla y acá me van a enterrar, quiero que se enamoren de ella como yo lo estoy”.

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