Juan Pablo II, el primer papa polaco en la historia de la Iglesia -lo vio y vivió mi generación, en su juventud, intensamente-, nació un día como hoy, hace 100 años. Mientras para los mozos peruanos, los primeros años de su papado -nos visitó dos veces: 1985 y 1988-, eran los tiempos de la década perdida por el desastre de la economía peruana y la insanía del terrorismo, para los de Europa y otras partes del globo, estaban más enfocados en el final de la denominada Guerra Fría (1945-1989).

Elegido en 1978, luego del efímero pontificado de su predecesor, Juan Pablo I, cuya muerte sigue siendo un enigma en el imaginario colectivo del catolicismo, Karol Wojtyla, se alzó como un verdadero abanderado contra el comunismo, al que había combatido desde sus tiempos en Wadowice, su tierra natal, y de arzobispo en Cracovia.

Hizo muchísimo no solo por la Iglesia sino por el mundo en los 27 años que estuvo al frente del Vaticano. Por sus incontables viajes por países y culturas en los 5 continentes -llamado por ello “Papa peregrino”- de un lado, preparó la cancha para el momento del ecumenismo, es decir, el encuentro por el diálogo entre las diversas confesiones cristianas, a cuyos jefes reunió, enfriando los recelos históricos, y de otro, propiciando el diálogo interreligioso con otros credos y religiones del planeta. Mariano por antonomasia, invocando a la Madre de Dios, salvó de un atentado en 1981.

A sus exequias, en 2005, a poco de cumplir 85 años, llegaron hasta Roma, muchos líderes de todo el planeta y fue una de las más multitudinarias de la historia humana. Francisco lo canonizó en 2014.