Alucinante que a la luz de la irrefutable realidad, aún haya gente que por estos días “celebra” y “rinde homenaje” a los 65 años del inicio de ese desastre político, económico, social y humanitario llamado “Revolución Cubana”, que no es más que una tiranía inepta y corrupta iniciada por los hermanos Castro y continuada por sus acólitos que previo lavado de cerebro, insisten en un modelo fracasado y corrupto que tiene a la isla peor que el 1 de enero de 1959.

Hoy en Cuba no hay ni para comer y el mito de un sistema educativo y sanitario digno del primer mundo, es una falacia que se quedó en el tiempo. A todos los que desde el capitalismo defienden “los logros” de la revolución castrista, deberían irse a la isla a vivir, pero no en condición de turista ni con dólares en el bolsillo, sino a padecer por no conseguir ni jabón para bañarse o algo de pollo o carne para hacer el almuerzo de toda la familia.

En el Perú, son los que se dicen “demócratas” y critican los innegables delitos y excesos cometidos por Alberto Fujimori y su socio Vladimiro Montesinos, condenados por violaciones a los derechos humanos, pero al mismo tiempo cuelgan en sus paredes y ponen velas a imágenes de genocidas como Fidel y Raúl Castro, y hasta del “Che” Guevara, quien hace 65 años se dedicaba a fusilar gente en actos públicos y enviaba a campos de concentración a homosexuales.

Pero lo malo de esta “revolución” no lo padecen solo los cubanos que no han podido escapar a Miami usando llantas y plásticos como flotadores en medio de un mar lleno de tiburones, sino que la podredumbre castrista ha sido exportada a otros países primero a través de guerrillas asesinas, y más tarde con nefastos “ejemplos” como los que vemos hoy en Venezuela y Nicaragua, donde la democracia y las libertades no existen.

El que una tiranía como la cubana cumpla 65 años no debería ser orgullo ni motivo de celebración para nadie. Es más bien una vergüenza para toda la humanidad y un drama para los que todos los días tienen que padecer esta pesadilla que han heredado de sus padres y abuelos que en su momento apoyaron, quizá con inocencia, a unos barbudos que acabaron con la dictadura de Fulgencio Batista, para instaurar una mucho peor que no tiene cuándo acabar.