Los peruanos sabemos que el Tratado de Ancón, firmado un día como ayer, hace 138 años, puso término a la guerra con Chile. Nunca debió firmarse, pero se hizo y hasta fue ratificado por el Perú en 1884, es decir, un año después de la firma.

En efecto, nadie quiso hacerlo por ser desfavorable para el país. Los presidentes que tuvimos durante la guerra lo evadieron: Mariano Ignacio Prado ya era cosa del pasado luego de su viaje sin retorno al exterior para comprar arma, aunque sus enemigos se encargaron de satanizarlo a perpetuidad; el longevo La Puerta, que se había quedado al mando, sin mayor esfuerzo, fue puesto a un costado por las limitaciones de su edad; Nicolás de Piérola, el más encumbrado, entró en la capital y con las mismas la abandonó al advertir la presencia de Baquedano, jefe chileno de la ocupación de Lima; Lizardo Montero dejó la capital rumbo a Arequipa y Bolivia; Francisco García Calderón, elegido presidente provisorio por los notables de Lima, lleno de dignidad, eso que tanta falta hace a algunos políticos de hoy, fue enviado preso a Santiago precisamente por no firmarlo; y Andrés A. Cáceres se internó en los Andes para llevar adelante la resistencia. Fue Miguel A. Iglesias, potentado hacendado de Celendín (Cajamarca) quien, al advertir la instrucción de Baquedano a Patricio Linch de seguir por el norte cobrando cupos, cargando el botín de guerra y -lo que más preocupaba a Iglesias- quemando las plantaciones de caña de azúcar -el gran negocio de la época-, llegó raudo a Lima después de lanzar el Manifiesto de Montán en Chota y terminó avalando el tratado.

Los europeos -el jefe de la escuadra francesa Du Petit Thouars amenazó con desaparecer la flota chilena si continuaban destrozando Lima- ,y EE.UU. con su presidente James A. Garfield (1881) al comienzo también se opusieron a la firma; sin embargo, a Iglesias eso no le importó. Por el acuerdo, perdimos ipso iure (en el acto) Tarapacá, mientras que Arica y Tacna quedaron en manos de Chile por 10 años; expirado este plazo, debió realizarse un plebiscito que nunca se hizo. Después de medio siglo de chilenización de dichos territorios, y de que nuestros hombres y las honorables mujeres de Tacna pusieran tenaz resistencia, firmamos el Tratado de Lima (1929). Recuperamos Tacna y perdimos Arica para siempre.