Hacer servicio militar es para un joven peruano quizá una de las primeras experiencias de compromiso, algo más espiritual que doméstico.

Entran al cuartel con muchas expectativas: aventura, vencer sus propios temores y la disciplina que no ve en otro sitio, pero sobre todo sienten que es una manera de servir a su país.

Cuando ellos ven una bandera, no ven tres telas cosidas. Ven reflejados en ese símbolo a sus padres, hermanos, tíos, familias, amigos y novias. Ven su casa, su barrio en estas telas cosidas. Ven a su gente amada ya muerta, ven sus olores de mar y comidas, brisas y relámpagos. Eso y mucho más ven y sienten mientras hacen el servicio militar; y de ahí para adelante, en lo que venga lo tendrán presente: en el trabajo que se presente, en sacar a su familia adelante, en todo lo que les signifique un reto o un esfuerzo que implique decisión y disciplina.

Siempre hemos visto a los soldados del servicio militar como gente noble y buena, que están dando parte de su vida por servir al país, por cuidar sus fronteras, por patrullar largas jornadas para que el Perú no se llene de delincuentes.

¿Qué pasó esta vez? Cómo hemos podido empujarlos a la muerte sin siquiera haber hecho algo. Nunca agredieron a nadie, nunca se enfrentaron a nadie. Es cierto que tuvieron que cruzar el río Ilave, en una decisión desesperada en un escenario totalmente adverso. Nadie es loco para no ir por el puente, nadie es tan obtuso para no pretender el diálogo con los agresores. Ya hemos visto cómo los lapidaban, cómo se ensañaban con un soldado caído que huía de sus agresores. Nunca debemos olvidar esta fecha, cuando unos malditos azuzaron a cientos de pobladores –no a todos– para que vayan contra jóvenes soldados, pese al reclamo y al llanto desesperado de padres y madres. Aún así, a punta de piedra, palo y huaraca, los obligaron a meterse a un río que esperaba clemencia de los odiadores.

Conozco a la tropa de Ilave, los atipañanihua (guerreros, combatientes) del Batallón 59. Ellos son un referente de valentía. Son excelentes soldados, pero su esencia ha sido lastimada por unos cuantos terroristas que merecen la cárcel y el desprecio, cuanto antes mejor.

Pero la infamia se completa con la aparición de un adulador de Evo Morales fungiendo de periodista y generando una narrativa totalmente opuesta a la verdad. Desprecia la versión de los sobrevivientes. Lo que dice el soldado no vale, lo que dice el admirador del expresidente boliviano y sus corifeos, sí. Así estamos.