El reciente flujo de venezolanos que toman camino al norte a través del temible Tapón del Darién, tuvo una respuesta en el presidente Joe Biden, quien determinó hace tres días que su gobierno extendería 24 mil visas, para venezolanos que cumplan con tener una persona de contacto en EEUU que los respalde, por ejemplo. Serían válidas por dos años. Un estatuto similar al que ya existe para Ucrania, solo que en este caso es sin topes. Quienes no cumplan esos requisitos serán expulsados a México en aplicación del Título 41, norma expedida durante el gobierno de su predecesor Donald Trump..

Si con esta medida, Biden pretendía dar respuesta a la crisis humanitaria derivada de este nuevo éxodo venezolano, en realidad ha ilustrado perfectamente los riesgos de la migración no solo para EEUU sino para cualquier país, que constituyó el eje maestro del discurso político de Trump. Porque México va a recibir el impacto indirecto de esta medida, ya que las plazas abiertas solo cubrirán a una minúscula proporción de migrantes venezolanos. Y se va a ver muy perjudicado. Generar expectativas es jugar con la ilusión de los migrantes y arrojarlos al peligro, al desamparo y a las fauces de buitres y coyotes.

Como segunda derivada, es imposible dejar de mirar el lado electorero de esta medida de Biden. A pocas semanas de las mid terms, los demócratas tratan de descolocar a los republicanos respondiendo las acciones de reenvío de migrantes a la zona norte del país, articulado por los gobernadores de Arizona, Texas y Florida. El objetivo es el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien se perfila presidenciable en las filas republicanas. Los demócratas pretenden hacerlo ver mal con esta acción aparentemente “humanitaria”, pero que, en realidad, es dañina para los migrantes.

La medida puede ser un “abrazo de oso”, que en vez de cobijar, termine por ahogar. No es moral hacer política populista con la migración.

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