Hace unos días, el presidente Castillo anunció su renuncia irrevocable al partido que lo llevó a la presidencia, Perú Libre. Una renuncia que virtualmente fue una expulsión, pues el líder del partido, Vladimir Cerrón, lo había invitado a renunciar. De hecho, en el Congreso ya veíamos la expresión de esta división en la bancada Perú Libre, que llegó al Congreso con 37 congresistas y ahora se ha dividido en cuatro.

Desde que asumió el poder, Castillo ha evidenciado no ser un socialista como Cerrón. De hecho, ha demostrado no ser nada en concreto, tan solo un populista perdido, sin conocimientos de gestión pública y sin las capacidades para asesorarse adecuadamente. Sin embargo, durante los primeros meses del gobierno de Castillo, la influencia de Cerrón era notable. Sobre todo, en las “cuotas” que se evidenciaban en la repartición de ministerios en el gabinete. Mientras ciertos ministros fueran allegados a Cerrón, Castillo estaba a salvo porque contaba con los votos de Perú Libre en el Parlamento en caso las fuerzas opositoras intentaran vacarlo. En efecto, estos votos lo han salvado de ya dos intentos de vacancia.

Hoy, sin embargo, Cerrón solo controla el ministerio de Salud y ha hecho evidente su descontento con la gestión de Castillo, quien -aparentemente- estaría optando por la famosa “Humalización”.

Ahora que el apoyo de Cerrón ya no es una garantía para la supervivencia del presidente, ¿de quién dependerá Castillo? Todo indica que -al menos en el Congreso- las bancadas que definirán el destino de Castillo serán Alianza para el Progreso y Acción Popular.

Más allá de todo, la realidad es que Castillo nunca fue de Perú Libre. Ahora la única diferencia es que oficialmente no lo es. La pregunta es, ¿qué es Castillo? ¿Será que después de un año en el poder, finalmente podremos ver los verdaderos colores del presidente?