Imprime una huella singularmente profunda en mí, la expresión latina corruptio optimi pessima, que significa “la corrupción de lo mejor, es la peor”. Desentrañando esta sentencia, podemos advertir que la degradación moral e intelectual de las autoridades que ocupan un rol clave en la sociedad, impacta de manera negativa, especialmente en la juventud ya que esta necesita modelos a seguir; y si la autoridad judicial, educativa, política, eclesiástica y paterna, están corrompidas hasta la médula, la juventud quedará a la deriva. Una sólida estructura moral deberá ser laboriosamente erigida para que la juventud quede bien anclada en el terreno de la virtud. Por esta razón, en la Epístola de Clemente a los Corintios, escrita en el siglo I por el insigne cristiano y padre apostólico Clemente, se dice: “A los jóvenes recomiendo modestia y pensamientos decorosos; a las mujeres les encargo la ejecución de todos sus deberes en una conciencia intachable, apropiada y pura”. Rescato esta idea para comprender que la corrupción, antes de manifestarse en el plano exterior (actos indebidos, solicitar dinero para hacer u omitir, tráfico de influencias, apropiarse indebidamente de fondos públicos, etc.), se manifiesta primero, al interior de nosotros, como un virus desintegrador que corroe el cuerpo, que va corrompiendo y debilitando por dentro (desenfrenada codicia, ambición sin límites y carente de escrúpulos, deseo de adquirir fama por medios indecorosos, entronización del dinero en nuestra vida, pérdida progresiva de la vergüenza, etc.) Si buscamos una sociedad compuesta por ciudadanos virtuosos, hay que diagnosticar las causas que llevan a la enfermedad para así dar remedios eficaces.


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