El sindicado cabecilla de “Los dinámicos del Centro”, Vladimir Cerrón, le ha dicho a los transportistas de carga y a los agricultores que sus demandas no podrán ser satisfechas si no se produce un cambio de la Constitución a través de una Asamblea Constituyente. Luego, en los siguientes días, ha arremetido contra “la derecha neoliberal”, los “contratos-ley” y “el capital transnacional”. Es el mismo discurso que defienden el propio Pedro Castillo, Verónika Mendoza, Indira Huilca, Marco Arana y la recientemente expectorada de la PCM Anahí Durand. El dolor y la frustración de estos odiadores de quienes crean riqueza, de los que sobresalen con su esfuerzo, proveen capitales y generan rentas es no poder tumbarse la Constitución de 1993, que a estas alturas es una mole de cemento inexpugnable para sus pretensiones. Solo por poner algunos ejemplos, no pueden intervenir en la política monetaria ante la independencia que la Carta Magna

le da al BCR y que evita así la “maquinita” que tiene a la Argentina de Alberto Fernández con un nivel de inflación que a fin de año podría llegar al 80%. No pueden, tampoco, estatizar las empresas que operan en industrias extractivas porque estas compañías recurrirían al arbitraje internacional en virtud que estos acuerdos tienen la categoría de contratos-ley y las pérdidas para el Estado serían inconmensurables. Tampoco pueden crear empresas como aerolíneas o participar en algún otro estrafalario rubro en el que ya el Estado ha demostrado su probada incompetencia porque la Constitución de Alberto Fujimori

estipula que hay un rol subsidiario que cumplir y solo se puede intervenir en aquello que la empresa privada no cubre. Y una más. El presupuesto es aprobado por el Congreso y cualquier cambio en sus cálculos debe tener la venia legislativa, así es que tampoco pueden incurrir en el despilfarro gratuito y desembozado. Por eso odian esta Constitución: Porque mantiene un equilibrio de poderes que enaltece la democracia. Por eso la vapulean y denostan y por eso saben que si no la cambian, su paso por el poder será efímero e intrascendente. Es también esta

Constitución la que tiene la salida política para librarnos del rufián que regenta Palacio y que aún un Congreso cómplice se niega a activar.