Durante el gobierno de Castillo, algunos líderes de izquierda pedían una asamblea constituyente. Poco a poco, esta narrativa fue calando particularmente en gente que reunía una de las siguientes características:

1. Aquellas que no les interesa en absoluto cambiar la Constitución y solo quieren el poder constituyente (el apoyo del pueblo, para quedarse años de años).

2. Aquellas que sin conocer ni haber leído la Constitución, la quieren cambiar solamente por consigna.

Quien afirme que una nueva Constitución cambiará la realidad en corto tiempo, está despistado. Más que enjuagues jurídicos, lo que se requiere es desarrollo legislativo técnico y gestión pública honesta y eficiente.

Existe una condición básica para un cambio constitucional y se llama “momento constituyente”. Sin partidos organizados, con violencia política, sin ni siquiera un borrador de texto alternativo, ese momento constituyente, no se da.

Está comprobado que la gente ya no vota por convicciones democráticas, sino por emociones a las que los electores son inducidos por apetitos políticos que no perciben. Terminamos torpemente preguntándonos: ¿qué puede ser más democrático, justo y popular, que un pueblo manifestándose en una asamblea? Ese asambleísmo es una gran farsa.

El filósofo griego Polibio, identificó esta forma mentirosa e irresponsable de democracia, llamándola “oclocracia” (gobierno de las turbas). La criticaba calificándola como una degeneración del poder, peor que la tiranía.

Cuando esa confusión se produce, el poder pasa a ser absoluto y se puede justificar cualquier tipo de acción en aras de un supuesto interés popular, terminando siempre en el fin de la democracia y la imposición de dictaduras disfrazadas. En suma, una “tiranía de la mayoría”.

Ya tres presidentes tomaron como bandera política el cambio de la Constitución. La realidad los aterrizó al darse cuenta que no era conveniente. Eso permitió a nuestro país salir de la desgracia económica a la que, ahora, falsos lideres nos quieren llevar.