El Estado surge para garantizar la libertad y la seguridad de los ciudadanos, no para imponer un solo modelo de libertad o de seguridad. El intento de formular una teología política se estrella contra un hecho irrefutable: el poder de la Iglesia no es de este mundo. En efecto, la Iglesia no tiene poder temporal pero sí autoridad. Y el Papa tiene una autoridad que a veces atemoriza a los poderes de este mundo.

La visita del Santo Padre tiene que ser un motivo de unidad nacional, no de discordia o cálculo político. Los técnicos tienen que pronunciarse sobre la idoneidad de la Costa Verde y los escenarios propuestos por el Gobierno. Todo debe ser dicho: en la Costa Verde ya se ha realizado la Marcha por la Vida con 700 mil asistentes. En aquella oportunidad nadie se quejó, salvo la izquierda. Nadie dijo nada, salvo la izquierda. Nadie tuvo miedo, salvo la izquierda. La izquierda anticlerical y anticristiana no quiere que el Papa se pronuncie frente a dos millones de personas en contra de la ideología de género. Tampoco quiere que se presente en el escenario simbólico de la Marcha por la Vida. Lo que quiere la izquierda es controlar al pueblo católico confinándolo a un escenario bajo supervisión estatal.

Esto, por supuesto, es imposible. Si algo nos demuestra la historia, es que el cristianismo es incontenible. El cristianismo es incontrolable. Los perseguidores del cristianismo han intentado denigrar a los cristianos, enviarlos a las catacumbas, destruirlos moralmente, aniquilarlos materialmente. Nada ha podido contra la Iglesia. De alguna forma misteriosa, la profecía de su fundador se mantiene vigente (“las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia”). Por eso, pese a todo, la victoria es inminente. El papa Francisco viene a confirmarnos en la fe.