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Cuando uno pasa de ser un adolescente más para formar parte de la legión de cocineros del mundo, pensamos que la cocina lo tiene todo: pasión, trabajo duro, grandes recompensas, orgullo, sufrimiento, etc. E incluso se llega al punto de creer o sentir que casi no hay diferencia entre la cocina y la vida personal. Dejamos en el camino tiempo con la familia, amistades, amores y hasta tiempo para nosotros mismos: vivimos para cocinar.

Importante paso. Hace unos años me identificaba totalmente con la descripción anterior, pero un buen día Melisa y yo decidimos que queríamos ser padres. Hasta ese momento, la idea que tenía de la paternidad era involucrarse en algo parecido a una nueva profesión, algo muy difícil de asumir dado que la cocina absorbía el 100% de mi tiempo. Veía a los hombres convertidos en padres en las calles, parques, supermercados o cualquier otro lugar, pero eran seres tan diferentes a mí que no podía verme a través de ellos como tal.

Durante el embarazo de Melisa, las cosas no cambiaron mucho, casi todo seguía igual, hasta que llegó Facundo. Yo sigo sin encontrar la palabra que pueda describir ese momento. Ver a ese pequeño ser que apareció para quedarse, el que no iba a llegar el domingo para decirle “chau o hasta la próxima”. No, no se iría nunca, y ese ser tan pequeño dependía totalmente de nosotros.

Algo que sí recuerdo claramente es que, cuando lo vi salir, sentí algo muy parecido a la partida de un familiar muy cercano que se va de esta tierra, pero a la inversa.

Mientras lo miraba (solo gritar) pensaba -y no sé por qué- que ese pequeño ser luego se encargaría de mí, que después estaría a mi lado cuando yo me vaya, ¿por qué sentí eso? No lo sé, solo sé que los sentimientos más intensos de mi vida se empezaron a dar desde que mis hijos llegaron a este mundo y mi vida y el sentido de esta se reseteó y empecé a vivir una nueva vida.

Ahora son Martina y Facundo, si bien son mis hijos, no pienso ni veo que se parezcan a mí en muchos aspectos: cada uno es totalmente diferente al otro. Pero como cocinero que soy, mi vínculo con ellos está siempre presente en la cocina. Facundo prefiere las ollas y sartenes que los carritos, le gusta que yo pruebe lo que él “prepara” y, a pesar de que no le gustan mucho las fotos, cuando le digo que vamos a grabarlo cocinando, él coopera totalmente; por ahora Martina solo come y destruye lo que su hermano hace. Al final de toda la ceremonia de la cocina, somos felices.