La IX Curva de las Américas fue un boomerang para la administración BIden. Por una parte, el anfitrión, el mandatario estadounidense, tuvo que tragarse una vergüenza de nivel “alfombra roja·” cuando varios gobernantes de la región que cancelaron su presencia, una vez que conocieron que tres países de la órbita socialista, Cuba, Venezuela y Nicaragua, fueron deliberadamente excluidos de la reunión. Incluso algunos de los que asistieron como los presidentes de Argentina y Chile, se despacharon sendos discursos poco menos que acusando a Biden de predicar democracia con la antidemocrática actitud de excluir a quienes no pensaban como el anfitrión. Por otro lado, el propio presidente norteamericano se puso la soga al cuello cuando en su discurso de orden, arremetió contra el modelo de mercado calificándole de “insuficiente” para el desarrollo de América Latina y el Caribe. Había que dejar espacio para que el Estado hiciera su tarea y metiera lo suyo, con políticas públicas que impulsen el crecimiento y sostenga el crecimiento. Hasta se dio el gustito de deslizarle una crítica directa a Reagan y sus reformas estabilizadores de los 80.

Con lo primero, Biden justificaba el desaire y las respuestas de quienes había excluido acusándolos de antidemócratas, convirtiendo su régimen precisamente en parte de es lista. Con lo segundo, se unía al corifeo de movimientos de izquierdas que quieren instalar el socialismo del siglo XXI en todos los países de la región, precisamente aprobando constituciones que permitan instalar modelos económicos funcionales a ese nuevo socialismo que tanto encandiló a Hugo Chávez. Modelos que resuciten el keynesianismo del siglo XX bajo cuya impronta intelectual se volvería al Estado gigantesco y al despilfarro del gasto público.

Una cumbre chata, cuyas mayores “cotas” estuvieron en las expuestas y flagrantes muestras de las debilidades de liderazgo y de coherencia intelectual de Joe Biden.