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Uno de los males del currículo por áreas y competencias para niños es que los convierten en una colección de partes de conductas, desempeños, retos personales, identidades, anécdotas, estilos de aprendizaje, a lo que se suman distintos síntomas, etiquetas, desórdenes, problemas y necesidades. Esa imagen de suma de partes buenas y malas lleva a girar de las competencias a la fragilidad, al sobrediagnóstico, e invisibiliza la imagen del niño como una persona única y completa.

Otro perjuicio de tal fragmentación es considerar a los niños como si fueran pequeños adultos, que deben calzar con las categorías adultas. Cuando se ve a un niño besando a una niña se habla de acoso sexual. Cuando un niño hace gestos de matar al otro con un objeto en forma de pistola se habla de tendencia agresiva. Y así sucesivamente. Se alimenta la tendencia a categorizar a los niños como “buenos” o “malos”, en vez de favorecer que los niños se expresen naturalmente sin el miedo de ser acosadores sexuales o pervertidos.

Esa tendencia a considerar al niño como un miniadulto también incluye interpretar sus conductas como razonadas y/o premeditadas, como por ejemplo asumir que entiende el daño que hace cierta comida o no bañarse o dormir lo suficiente, abusar de los videojuegos, y se le aplican consecuencias punitivas que corresponderían a los mayores. Eso solo los confunde y genera ansiedad e inseguridad.

Un niño de 5 años tiene 5 años. Tratarlo como se trataría a uno mayor no solo le resulta arbitrario e incomprensible, sino además inútil porque no predice lo que será su desempeño o conducta cuando sea mayor.