Un gran sacerdote y amigo mío me preguntó, medio en broma, medio en serio, la razón por la que no hablo de mi familia cuando reseño mi currículum. La broma me tomó por sorpresa porque, en efecto, nunca hablo de mi familia cuando me piden exponer mi vida profesional. Soy padre, esposo e hijo. Eso me define. Pocas personas describen en sus CV la forma en que sus familias influyen en el trabajo (y viceversa). Esta relación, que es fundamental, define a las personas de manera definitiva y tendría que ser tomada muy en cuenta al analizar cada caso particular.

Los romanos llamaban cursus honorum a la carrera pública de los ciudadanos. La pregunta de este buen sacerdote me hizo pensar en cómo la familia influye en el cursus honorum de las personas. Antes que abogados, ministros, jueces, empresarios, periodistas o profesores, todos somos padres, esposos, hermanos e hijos. De hecho, cuando se invierten los papeles, cuando la vida profesional se impone a la vida familiar, cuando optamos por Mammón, el demonio de la avaricia, o cuando cedemos a las tentaciones del ángel caído del poder, el cursus honorum puede conducirte a un lugar alto, pero ese lugar alto siempre está al lado de un precipicio. Y, cuando no hay un referente absoluto, como todo depende de las fuerzas de un falso superhombre, tarde o temprano la criatura soberbia se despeñará.

La familia tal vez no te conduzca al lugar más alto de la profesión (aunque con frecuencia sí lo hace, si estableces prioridades), pero de todas maneras te llevará al lugar por el que vale la pena luchar: el cielo. De hecho, la familia es un anticipo del cielo en la tierra. Es lamentable que algunos, malinterpretando el libre albedrío, conspiren vanamente buscando su destrucción.