Esta semana, el Perú volvió a ser noticia en el mundo, y no precisamente por algún logro, sino más bien porque seguimos mostrándonos como un país atrasado y anacrónico gracias al congresista Juan Carlos Eguren (PPC), presidente de la Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso, por sus vergonzosas declaraciones para mostrar su rechazo al pedido ciudadano de despenalizar el aborto en casos de violación.

El congresista Eguren tiene derecho a ser un conservador puro y duro, un fanático religioso, un seguidor del pensamiento Del Río Alba, un lector ansioso y ávido de ACI Prensa, un militante fundamentalista o un dogmático derechista, y hay que respetar su posición, aunque no la compartamos; pero hay un pequeño gran detalle: olvida que es un representante del pueblo y no puede imponer sus ideas a los demás. Eso no es democrático.

Decir que “es casi imposible que se produzca un embarazo después de una violación eventual, callejera, porque se produce un estado de estrés donde en la mujer no hay lubricación”, o que “Alrededor del 40% de violadores no llegan a tener eyaculación porque son enfermos, incluso hay un porcentaje que sufre de disfunción eréctil”, demuestra no solo una absoluta ignorancia sobre el tema, sino una total falta de sensibilidad frente a un trance tan doloroso para una mujer como el ser violada.

Y aunque haya pedido tardías disculpas ante el apanado nacional, Eguren debe dejar sus creencias religiosas de lado y asumir su papel de legislador en favor de las mayorías y no de su grupo fundamentalista que lo aplaude; porque podría convertirse en un político con pocas lubricaciones y algunas disfunciones.