Congresistas de diversas bancadas han presentado una moción para distinguir con la “Medalla al Defensor de la Democracia” al cardenal Juan Luis Cipriani, al vicealmirante Luis Giampietri y a Francisco Tudela, por el papel que desempeñaron durante la crisis de los rehenes y la operación “Chavín de Huántar”. Razón no les falta. La democracia solo puede subsistir si está fundada en valores de unidad y solidaridad, si promueve principios en los que se determina la justicia para cada caso concreto, y si avanza en la reforma realista de las instituciones respetando la particular síntesis viviente de nuestro pueblo.

El vínculo de unidad más fuerte es el cristianismo.

Católicos y evangélicos conforman el grueso de la población. Durante décadas, esta mayoría ha permanecido silenciosa ante el avance del pacto liberal y social-demócrata. Un pacto ajeno a la mayoría del país. Esta mayoría ha despertado y se prepara para renovar las élites empleando las reglas de la democracia. El poder tiene que reflejar la aspiración de las mayorías, no los intereses de una minoría organizada protegida por los medios de comunicación.

El Cardenal ha jugado un papel esencial en beneficio de esta mayoría silenciosa. En tanto portavoz del cristianismo, ha sido un firme defensor de la democracia, porque ha sabido promover la doctrina social de la Iglesia, el mayor catálogo de principios para la unidad de los peruanos. El pensamiento cristiano es forjador de unidad porque se entronca con la mayoría. Por eso, si se ataca al cristianismo, es imposible fortalecer la democracia. No hay democracia viable sin valores cristianos. El partido político que comprenda esto siempre tendrá ventaja en la arena electoral.