UNO. La destrucción a gran escala del Frente Amplio tendría que llamarnos a la reflexión. Es propio de la izquierda el fagocitarse. Está en su naturaleza e ideología: el primer lugar en el que se ejerce la lucha de clases es en el partido. Sin embargo, la reflexión de los patriotas tiene que dirigirse hacia un eventual triunfo de esa izquierda que es incapaz de mantenerse en comunión. Si el FA o sus herederos políticos llegan al poder; si Arana, Mendoza o Glave acceden a un poder del Estado, entonces no contemplaremos la liquidación de un proyecto partidista. Será peor. Ante nosotros se incendiará el país, presa del sectarismo y la política del odio.

DOS. El mito del obstruccionismo tiene como objetivo político mantener la polarización electoral y consolidar la alianza entre el liberalismo radical y el socialismo en todas sus variantes. El mito del obstruccionismo no resiste el menor análisis fáctico, pero moviliza el antikeikismo y permite construir un discurso coherente a los asesores del Ejecutivo que apuestan por mantener una guerra de baja intensidad. Con todo, el mito ha sufrido un grave golpe producto de la convocatoria al diálogo por parte de FP. La verdadera obstrucción la protagoniza el sector pequeño pero bien organizado que aspira a perennizar la política del odio excluyendo del Estado al partido mayoritario.

TRES. La acción política tiene que configurarse en una doctrina concreta. La doctrina asegura la permanencia y la renovación de la política porque las ideas quedan, las personas pasan.