Son ya veinte años del proceso de descentralización en el Perú. Su inicio data del año 2002. En efecto, dos leyes lo lanzaron en ese año. Primero, la Ley de Reforma Constitucional del Capítulo XIV del Título IV, sobre Descentralización (Ley Nº 27680), promulgada el 6 de marzo de 2002, que permitió incorporar la figura de la “región” en la Carta Magna, y que significó un cambio potente en la Constitución del 93. Segundo, la Ley de Bases de la Descentralización (Ley Nº 27783), promulgada el 17 de julio de 2002, que establecía las reglas de juego del nuevo proceso de descentralización. Entre ellas, por cierto, la supervisión y el monitoreo del gobierno nacional y el acompañamiento técnico debido para fomentar la eficacia en los nacientes gobiernos subnacionales.

Por tanto, las elecciones subnacionales que tendemos en ocho días, constituyen el sexto proceso electoral derivado de esas normas seminales. En otras palabras, las próximas elecciones regionales y locales son conmemorativas de dos décadas de descentralización en el Perú. Cuanto menos de la descentralización en este siglo, pues en los siglos XIX y XX hubo otros intentos, siendo posiblemente el más antiguo aquél delineado por el tribuno Faustino Sánchez Carrión en su segunda Carta del Solitario de Sayán, en la que proponía que el Perú se convirtiera en una república federal.

Los intentos posteriores para descentralizar el país carecieron de la audacia de la idea seminal de Sánchez Carrión. Y quedaron sólo en la descentralización. El federalismo pasó a ser mala palabra, sinónimo de separatismo y anti patriotismo. Pero no sólo eso. En el tiempo, fueron diluyéndose los ímpetus descentralistas y nos fuimos acomodando al centralismo. Y es que el tiempo invisibiliza el centralismo y nos hace perder de vista lo dañino que es para todos. Ese mismo que ha hecho pagar la factura a Lima hasta volverla incompatible con una ciudad que la gente pueda disfrutar, sino solo padecer.

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