La próxima semana podría marcar un antes y un después en las pugnas que han polarizado la política nacional en los últimos tiempos. El Congreso deberá decidir, por la fuerza de los votos, si tres de las faltas aprobadas por la Comisión de Justicia del Congreso son los suficientemente graves para destituir a algunos o todos los miembros de la Junta Nacional de Justicia. En un informe, Correo consultó la semana pasada a un grupo de juristas, seis de los cuales opinaron en más de un caso que la gravedad existía y que ameritaba la máxima sanción.

No obstante, la sola investigación del Congreso ha desatado la barahunda de siempre y el término “golpismo” ha asomado como el escudo que la izquierda blande para protegerse de todo lo que la afecta. Lo primero que habría que decir es que la decisión del Parlamento no es un atropello y que, amparado en el artículo 157 de la Constitución, tiene absolutamente asfaltada la vía para analizar a profundidad si hay un acto ilegal, arbitrario o antirreglamentario de un organismo que es pasible de control. El tema de fondo aquí es, otra vez, el cristal con que una actuación se mide.

En el país, no se analizan los hechos bajo la lupa de la legalidad sino por cuánto conviene, afecta o beneficia a un sector político y ello incluye a organismos internacionales como la CIDH y la Corte-IDH, que son parte de la OEA, o las propias NN.UU. Sucedió igual con el flagrante golpe de Martín Vizcarra y su alucinada interpretación de la negación fáctica que todo el izquierdismo avaló y defendió pese a su enorme arbitrariedad. ¿Dijo algo entonces la CIDH o la Corte-IDH? ¿Intervino el señor Luis Almagro? ¿Se pronunciaron los organismos de DD.HH. de las NN.UU.? Hay una enorme caparazón ideológica tras la cadena de comunicados y pronunciamientos en defensa de la JNJ de parte de aquellos dueños incuestionables de la verdad, de los habitantes eternos de la región de lo inequívoco y de los que se dirigen a sus súbditos intelectuales desde el olimpo sagrado que está más allá del bien o del mal. Para ellos, no hay control ni falta grave que valga y eso es, también, muy grave.