La presidenta Dina Boluarte ha anunciado la adquisición de dos Boeing 737, luego de la polémica suscitada por la tardía ayuda que recibieron los peruanos varados en Israel y a los que, según el Gobierno, no se les pudo repatriar con celeridad por la falta de aeronaves idóneas para tal fin. Por supuesto, pocos han creído que esa haya sido la razón. En realidad, el régimen arrastra no solo problemas de gestión, de comunicación y de reflejos políticos, sino que además ha hecho de la improvisación una forma de gobierno. ¿Qué comité especializado recomendó esta millonaria adquisición? O ¿qué órgano específico de las FF.AA.? ¿Cuál será su utilidad cuando no haya peruanos varados por una guerra en los extramuros del mundo? ¿Los aviones estarán “varados”? Nadie va a responder estas preguntas como tampoco sabrán responder por qué la Contraloría denunció una escasa ejecución en las obras para mitigar el Niño Costero o la existencia de un Plan Boluarte contra la inseguridad ciudadana. Porque si según Alberto Otárola no existía un Plan Bukele sino un Plan Boluarte, para el ministro del Interior, Vicente Romero, no existía un Plan Boluarte sino un Plan Perú Seguro. Lo que es seguro, parafraseando el inexistente plan contra la delincuencia que asola a todo el país y  el otro plan orientado a la reactivación económica, con Punche Perú, es que al Poder Ejecutivo le está faltando punche en lo económico, reacción en lo político y estrategia en lo social. Hay un arroz con mango en un Gabinete de tendencias variopintas y confusión sobre qué hacer para, por ejemplo revertir las magras cifras de un 2023 que parece perdido. Alinear los objetivos es imperativo, también ordenarse, convocar a gente capaz y deshacerse, de una vez por todas, de las ideas obsoletas que arrastra desde la campaña como vicepresidenta de Pedro Castillo. Póngase la Blanquirroja. Como Reynoso, para aguantar hasta el 2026, a Boluarte no le queda más que ganar.