De los tipos de poder -capacidad de dominio con autoridad- el político es el más codiciado. Todos lo quieren, pero no todos pueden tenerlo. El poder político en manos de muchos ya no es poder porque se vuelve relativo y pierde su eficacia. Tampoco lo es el poder absoluto que es dañino por naturaleza. Pero el poder en manos de pocos es mejor y más efectivo y para que sea legítimo siempre debe emanar del soberano, que es el pueblo, de lo contrario será un poder por usurpación. El poder político es ejercido por el gobierno del Estado. Cuanto más equilibrio haya en su ejercicio mayor será su reconocimiento para la toma de decisiones; de lo contrario, se impondrá la anarquía, el desorden, el desgobierno. Ahora bien, hay que saber conservar el poder. Así, mientras unos actúan y se valen de estrategias y métodos para mantenerlo otros traman o conspiran para arrancarlo. Por eso el rival hará cualquier cosa para enlodar y deshacerse del adversario porque lo cree un óbice en sus objetivos. No es que el poder se ejerza en medio de la jungla, pero será útil no perder de vista que la moral no existe o por lo menos es irrelevante porque el poder no valora lo bueno de lo malo sino el resultado. No es que el poder sea inmoral o confabula en una cesta de antivalores. Nada de eso. Sencillamente que el poder es amoral pues la moral le es ajena y es relevante sólo por sus resultados. El poder produce placer por eso todos lo quieren. Miente aquel que teniéndolo dice despreciar porque el poder es consustancial al hombre, cambiando la estructura psicosomática de quien lo ejerce, solamente atenuado por sus valores originarios. Como todos compiten por el poder, las pugnas no deberían sorprender, por eso aquellos que viven en medio del poder político deben tener solvencia para asimilarlas, temperamento para no irritarse y hasta indiferencia por sus consecuencias. Los que cuentan el poder deben ejercerlo. Tenerlo y no usarlo es tan tonto como absurdo. Nadie que lo tenga puede dejarlo ir. Apenas lo pierda los que luego lo tengan lo usarán en su contra. El poder no es perpetuo porque es cíclico por naturaleza; sin embargo, los menos inteligentes, que son los que lo creen para siempre, suelen desnudar esa falencia porque se aferran en retenerlo. Finalmente, el poder se ejerce para todos, pero la tragedia histórica ha sido hallarse al servicio de quien lo ejerce.