Con el vuelo del célebre artista plástico Gerardo Chávez (1937-2025) se extingue una corrida cultural que sostenía a la ciudad de Trujillo como un punto resplandeciente en el país, un estado de excepción entre tanta podredumbre social que hoy la aqueja: el crimen organizado. Este gran promotor cultural se suma a José Watanabe (1945-2007), el poeta laredino cuyo legado trasciende al descontrol ciudadano.
A Chávez se le agradece, eternamente, por ser una de las pocas luminarias culturales con voz activa. No solo resaltaba su alma con esos cuadros enormes, inalcanzables, sino que participaba con espacios de debate en su ciudad. Por eso, el Museo de Juguete, el Museo de Arte Moderno, la Bienal de Arte de Trujillo y la Fundación Gerardo Chávez fueron creaciones auspiciosas.
Se le reconoce al artista el haber sido uno de los pocos, tal vez el único, que le devolvió a Trujillo lo que logró con su arte. Su trascendencia artística logró que Lima pueda reconocer los cuadros de un artista provinciano, como lo hizo en su momento con el pintor indigenista Pedro Azabache, el mochero del Grupo Norte.
Gerardo Chávez también fue muy activo en la sociedad trujillana, como están obligados los verdaderos artistas que le corresponden a su ciudad. Criticado y aplaudido por sus opiniones divergentes, el artista plástico era una voz autorizada para vapulear la escasa moral de algunos políticos y autoridades de turno.
No recuerdo a otro célebre trujillano que haya sido capaz de devolverle el reconocimiento cultural a la ciudad en los últimos años. Ojalá en estos tiempos recios, donde solo se habla de extorsión y sicariato, el alma de Gerardo Chávez pinte una escena perpetua de paz y transparencia en nuestra sociedad.