En marzo del 2005 falleció la presidenta del Partido Comunista de Chile, Gladys Marín. El expresidente de ese país Sebastián Piñera asistió al velorio y fue recibido entre aplausos. En un momento hizo la guardia de honor junto al féretro de la lideresa izquierdista. Lo acompañaban el cubano Raúl Castro, el boliviano Evo Mrales y el nicaragüense Daniel Ortega, quienes se ubicaban en las antípodas del exmandatario chileno. Fue un gesto que trascendió las diferencias políticas.

Hace poco el presidente Gabriel Boric (izquierdista), los expresidentes Eduardo Frei (demócrata cristiano) y Michelle Bachelet ( socialista) le hicieron guardia a Sebastián Piñera, dos veces jefe de Estado chileno. “Nunca tendremos la grandeza de ellos”, escribió en las redes el exfutbolista argentino Leo Rodríguez, quien jugó muchos años en la U de Chile. Una frase tan potente que aplica a muchos países, incluido el nuestro.

En el Perú es imaginable una guardia de honor así.

En el vecino país, al final se impuso no solo el respeto y la diplomacia sino principalmente la institucionalidad. Ese es el resultado de tener partidos políticos serios, modernos y democráticos.

Aquí solo hay odios irreconciliables. “Terrucos”, “mafiosos”, “criminales”, “corruptos”, “asesinos”, “ladrones” son algunas frases que se imponen de derecha a izquierda y viceversa, por encima de las señales de unidad y de los acuerdos para construir un mejor país. La polarización política llega a extremos y nos ciega.

Chile nos muestra el camino contrario, la institucionalidad política es fundamental en el momento más difícil. Es la clave para lograr la unidad en la diversidad y avanzar hacia un futuro común, dejando atrás las etiquetas y los prejuicios que tanto daño hacen a la convivencia nacional.

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