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Uno. La alianza entre indigenistas e izquierdistas a lo largo de toda Latinoamérica no solo se comprende por la confluencia de objetivos políticos. También existe detrás una coincidencia antropológica que va más allá del discurso sobre la solidaridad entre las clases y pueblos. El hombre, para estas corrientes, es el hombre revolucionario. Indigenistas e izquierdistas radicales pretenden la polarización social como medio para sus reivindicaciones, buscando subvertir el orden político por uno en el que los colectivos (“indigenista” o “proletario”) dicten las reglas del poder. Por fuerza, el voluntarismo polarizador conduce a la dictadura de la Pachamama o al terror jacobino. Son dos caras de una misma tiranía.

Dos. Evo Morales, en el amplio espectro del socialismo del siglo XXI, supo capitalizar las dos corrientes y formó un frente difícil de desmontar. En sentido estricto, no ha sido liquidado del todo. Sucede lo mismo en todo el territorio chavista. Allí, donde el socialismo del siglo XXI echó raíces, su extirpación total será casi imposible. El cáncer del chavismo se ha expandido por toda Latinoamérica y la metástasis nacional alcanzó formas y estilos diversos y sui géneris. La mutación indigenista prendió con mucha fuerza y por eso Evo Morales continuará siendo apañado por todas las izquierdas del continente. Y, ojo con esto, también será defendido por sus aliados tácticos en el poder.

Tres. El Perú debe tomar nota sobre lo sucedido en Bolivia. La peligrosa mezcla de indigenismo y radicalismo izquierdista puede emerger de manera fulminante en nuestro panorama político en la forma de una amenaza o en materia de realidad. Ante tanto pensamiento débil, ¿qué idea se opondría esta maquinaria ideológica? Toda discusión ha sido enterrada, es la hora del más fuerte.