Al principio de la emergencia, se escribió mucho sobre la necesidad de establecer rutinas en el hogar, para niños y grandes, porque la estructura nos ayuda a pasar los días mejor. Sin embargo, ahora que ya vamos por la décimo segunda semana de cuarentena, es probable que nuestras estrategias emocionales se estén desgastando.

Estuve dándole vueltas a esta sensación de cansancio, pensando qué podríamos hacer para sentirnos mejor y recordé la fuerza de la gratitud. Practicar conscientemente la gratitud y aprender a conectar, a reconocer lo bueno que nos da la vida, nos puede ayudar mucho a refrescarnos emocionalmente. Para los incrédulos, está comprobado científicamente. Investigadores importantes, de la talla de Martin Seligman, uno de los padres de la psicología positiva, lo han estudiado a profundidad. Cuando las personas mantienen un diario de gratitud, sus indicadores de bienestar suben ( ). Sucede lo mismo en ambientes laborales. Cuando los jefes agradecen a sus empleados, la productividad sube. Es decir, necesitamos agradecer a los demás y dar las gracias por lo bueno que obtenemos.

El agradecimiento es una práctica que necesita ser sincera para funcionar, y esto puede ser difícil, sobre todo cuando la tragedia nos toca. Sin embargo, es posible.

Desde mi experiencia, es una práctica que se desarrolla poco a poco. Sin forzar, pero sin abandonar. Cuando me ha costado mirar el lado amable de la vida, ha bastado empezar por un puntito de luz que, poco a poco, se ha ido haciendo más grande. Agradecer de corazón las pequeñas cosas; como esa comida que te gusta, el mensaje de saludo de un amigo, la compañía de tu mascota; nos alegran y la alegría se contagia y se reparte. En estos tiempos difíciles para todos, encontremos nuestra forma particular de ser vectores de alegría y de agradecimiento, hacia dentro de nuestro hogar y hacia afuera. Porque sobre estos pilares podremos (re) construirnos mejor.