El presidente del Congreso, Alejandro Soto (Alianza para el Progreso), ha cumplido la mitad del periodo para que fue elegido, pero insiste en mantenerse en la sombra, sin dar la cara a los medios, y por su intermedio a la ciudadanía, a fin de exponer la labor del ente al que representa, tratar los múltiples cuestionamientos contra el Parlamento y aclarar los cuestionamientos que surgen contra él.

Hoy el titular del Poder Legislativo es casi un fantasma que solo responde con comunicados de dos o tres párrafos, como el que vimos hace unos días, cuando las declaraciones del exfuncionario del Ministerio Público, Jaime Villanueva, también lo alcanzaron, en el sentido de que habría intercambiado “favores” para que se archive uno de los casos que tiene bajo investigación.

Sin duda, como lo hemos indicado desde hace mucho tiempo, ha sido un gran error elegir a Soto como presidente del Congreso debido a los cuestionamientos que cargaba sus espaldas y a su negativa a dar la cara ante la opinión pública. Pocas veces o quizá nunca se ha visto un titular del Poder Legislativo que viva oculto en su despacho. ¿Tanto teme a las preguntas incómodas que hace la prensa en toda democracia?

Los responsables de la presencia de Soto en la cabeza del Congreso no son solo César Acuña y su partido, sino también los legisladores de otras agrupaciones que aceptaron colocarlo con sus votos en dicho cargo. A la luz de los hechos, cabría preguntar: ¿a cambio de qué eligieron a este señor que nadie sabe a qué se dedica?