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El caso de Alberto Gómez de la Torre tiene que hacernos reflexionar sobre el papel de la prensa en la esfera pública. Partamos de un hecho concreto: los medios de comunicación existen para transmitir la verdad. Es imposible que un periodista transmita la verdad si cree, como muchos en este tiempo, que la verdad no existe. En un clima de relativismo generalizado, muchos medios de comunicación confunden opinión con verdad, doxa con episteme. Peor: muchos medios no responden al principio fundamental de buscar la verdad con el fin de informar. Lo que se pretende, por el contrario, es presentar a la opinión pública una visión tamizada por la ideología o por una particular motivación. Y con frecuencia en tal ideología (o en dicha motivación) se destroza la verdad.

El creciente desprestigio de los medios de comunicación en el mundo tiene que ver con esta crisis de la verdad. Y algo profundamente verdadero, por humano, es el honor. Destruir la verdad del honor, atentar contra el honor verdadero, desgraciadamente, se ha transformado en un deporte global animado por la prensa relativista que niega la existencia de la verdad. El relativismo está en la médula de la civilización del espectáculo. A más relativismo, mayor frivolidad. Por eso vivimos en una sociedad que acusa sin pruebas y condena sin evidencias. Todo depende del cristal con que se mire, aunque este se encuentre deformado por la más burda mentira.

Es imposible construir una sociedad justa basándonos en calumnias y difamaciones. Si los medios, cuya misión es masificar la verdad, apuestan por el relativismo, quebrarán. Moral y económicamente.