Aunque Puno amenace con retomar las protestas “sociales” que han sacudido al gobierno sin ninguna justificación, el régimen de Dina Boluarte empieza a experimentar un periodo solo sobresaltado por los rezagos de los que fueron los fatales eventos de diciembre-enero y alguno que otra polémica que envuelve mayoritariamente a ministros como Daniel Maurate. Una nueva dinámica violentista no tendrá la trascendencia de las anteriores y los cuestionamientos ministeriales pueden resolverse filtrando mejor a los candidatos o expectorando a los que generan el ruido político. El contexto, entonces, tiende a ser muy favorables para empezar a encaminar la economía por rumbos más serenos de los que lo han rodeado hasta ahora. Las noticias ratifican el argumento. Por un lado, un dólar bordeando los 3.70 soles, el más bajo en los últimos diez meses, apacigua los ímpetus inflacionarios, tan nocivos para todo tipo de economías, más aún para las desordenadas e irresponsables como las de Argentina. Por otro, el reporte del think tank canadiense Fraser Institute, que hace pasar al Perú del puesto 42 al 34 como plaza más atractiva para la inversión en exploración minera, es un estímulo importante para el persistentemente negativo ratio que cobija la desconfianza del inversionista privado ante un país normalmente zarandeado por la inestabilidad política y social. Por ello, un escenario sin elecciones adelantadas, sin sobresalto social y con un manejo responsable de la economía constituirían un reto para la dupla del poder Boluarte-Otárola: No solo sobrevivir con el piloto automático sino sentar las bases de un crecimiento con renovados objetivos. Según diversos economistas, es posible lograrlo y con ello mandar al diablo a los cultores del odio, a los enemigos del país que representa esa izquierda indigna y maledicente que se alimenta del fracaso ajeno. Es posible sacar la cabeza de la caparazón y empezar a andar, lento pero seguro.