El fracaso de la lucha contra el crimen organizado que el Gobierno se niega a admitir tiene en el sistema de justicia un aspecto clave. Los acontecimientos de estos días, en los que las personas buscan tomar la justicia por sus propias manos, hartos de la inacción, la desidia o la simple torpeza de los principales responsables de combatir este flagelo, no dejan de advertir, como la ha dicho José Luis Gil, que el tema nos rebasó y que el país vive -o sobrevive- a la peor crisis de inseguridad desde las épocas del terrorismo.

Lo que llama la atención es que el esfuerzo policial, aislado e insuficiente, no tenga un correlato en el siguiente eslabón de esta guerra que es el sistema de justicia representado por el Ministerio Público y el Poder Judicial. Una de estas dos o las dos instituciones están alimentando con sus decisiones, su indolencia o su incapacidad las calles de maleantes, forajidos y lagartijas humanas que ya han delinquido, ya han matado, ya han robado un celular o una billetera, ya han cogoteado, ya han sido marcas o ejercido el sicariato pero que siguen libres como si nada blandiendo sus pistolas, disparando a diestra y siniestra o amenazando impunemente a comerciantes o mototaxistas, empresarios o emprendedores, porque a un juez “garantista” o un fiscal idiota, que al final son lo mismo, no hizo bien su trabajo.

Así que como el que liberó al “Maldito Cris” y a sus compinches hay muchos y el señor Javier Arévalo y la señora Patricia Benavides están en la obligación de identificarlos y exponerlos, con sus rostros de pelotudos, para que el país los conozca y la JNJ -a ver si hace algo bien- los defenestre de sus cargos.

A ver si al señor Alberto Otárola se le ocurre convocar al Consejo de Seguridad Ciudadana para tratar un tema que es urgente: Evaluar si cada uno de los sectores que cumple un rol clave en esta lucha está asumiendo su papel a cabalidad o se les está paseando el alma y están a la espera de que, Dios no lo quiera, sobre la cabeza de un hijo de un fiscal o un juez se atraviese una bala de 9 mm. como le acaba de ocurrir a una pobre niña de un asentamiento humano de Piura. A veces uno cree que solo así van a reaccionar.