El retiro de la candidatura de Daniel Urresti de la contienda electoral ha sido el epitafio de lo que fue la participación del Partido Nacionalista en la política peruana. Un partido que llega al poder por el antivoto a la hija del expresidente, Keiko Fujimori, y que si bien no ha hecho un mal gobierno, porque la economía se ha mantenido pese a la crisis internacional, la falta de solidez en el manejo de la política lo ha llevado al despeñadero, terminando su gobierno como palo de gallinero.

Los intentos del presidente Ollanta Humala por controlar los arrebatos de poder de su esposa Nadine Heredia fueron una constante que mantuvo la atención de la prensa, hábilmente capitalizada por la oposición y fundamentalmente por el APRA. El resultado es un gobierno desgastado, sin cuadros solventes, con una candidatura endeble, donde ya no importaba el nombre, sino solo la presencia y la ilusa posibilidad de pasar la valla electoral.

Los líderes más emblemáticos, como Ana Jara o Daniel Abugattás, quedaron pintados en la pared, sin contar con el desbande paulatino con la salida de Omar Chehade y la vicepresidenta Marisol Espinoza, a tal punto que ella se fue a otro partido y hasta se quedó gobernando el país en los últimos viajes al exterior del Presidente. ¡Una cosa de locos!

Y la cereza fue el retiro de la candidatura en una decisión tomada en el lecho conyugal, sin comunicarle al candidato Urresti, que no dormía por hacer campaña solo contra el mundo, que ya no iba más. “Esto no es un partido, es un club privado”, ha dicho Abugattás, indignado. Bueno, ni eso: solo fue una aventura conyugal.