Según Marx, la súper estructura que dominaba a los países tenía sus pilares fundamentales en conceptos inveterados como eran las leyes, la cultura y la política, entre otras. Creía que para instalar el comunismo había que sustituir de manera violenta esos pilares. Gramsci discrepaba de Marx, manifestando que esos conceptos enraizados en los pueblos no había que destruirlos, sino, penetrarlos y dominarlos en un proceso que tenía en el tiempo su principal aliado. La familia, los ejércitos, la iglesia, la educación, tal como los conocíamos, son los objetivos más representativos del “viejo sistema” y los más remunerativos a tener en cuenta para dar –ya no– una batalla tal como la conocemos, sino una batalla cultural.

Pol Pot fue más allá de Marx y Mao. Creó su propia estrategia polpotiana, el tristemente célebre año cero, destruyendo familias y poniendo hijos contra padres. Inició el autosostenimiento, mandando a científicos e intelectuales a cosechar arroz, destruyendo la superestructura de Camboya a balazos. Fusiló a todos los oficiales de su propio Ejército y puso al mando a jóvenes escogidos, de origen muy pobre con un odio acendrado a las élites. Los jemeres rojos (khmer rouge) mataron a cientos de miles de camboyanos en nombre del comunismo. Familia, iglesia y ejército sucumbieron en Camboya, pero su maléfica revolución duró apenas cuatro años. Pol Pot murió envenenado por sus propias huestes que aun supervivían en la jungla de Camboya, derrotados por Vietnam y camboyanos patriotas.

En la actualidad métodos polpotianos no resultan viables. Gramsci perenniza un proceso más efectivo. Para esto los lingüistas de izquierda han tenido un trabajo arduo, pues hoy vemos como los conceptos y hasta el lenguaje ha sido cambiado, todo esto en nuestras narices. Conceptos que creíamos correctos, pues ahora resultan errados.

Es la batalla cultural en la que nos encontramos, un conflicto donde la ideología se ha vuelto “odiología”. Observamos quién está tomando la delantera. Están en juego los valores y creencias que son parte de nuestras vidas. Jóvenes adoctrinados sucumben fácilmente a esta ola de postverdad y falsas narrativas, a la era del fake news, y es por eso que tenemos que dar batalla.

Uno de nuestros principales bastiones, la familia, está siendo atacada a diario con esas creencias y narrativas. Y es ahí donde debemos entrar nosotros. Protejamos nuestras familias con el ejemplo, nuestras fuerzas del orden con su institucionalidad y nuestra Iglesia retornando a su esencia para lo que Cristo la creó. Rescatemos nuestra educación de la mediocridad y la ideología extrema. Es hora.