Cuánto daño que nos hace vivir en un permanente estado de crisis política. No solo daño a nivel institucional, sino a nivel humano. En los últimos meses -quizás años- el ruido político ha perturbado todos los espacios posibles de los peruanos en su cotidianeidad. Todos estamos pendientes de qué pasa en el fuero político y pensando en cómo nos puede afectar.

Sin embargo, creo que lo más doloroso de vivir en un país tan políticamente inestable es la indiferencia a la que nos condena.

Cuando tenemos un constante zumbido en la cabeza porque no sabemos si el presidente durará hasta pasado mañana, si el ministro de Salud recomendará agua arracimada para todos, o si el gobierno le dará la libertad a Antauro Humala, terminamos por olvidar que estas personas, que hoy protagonizan algo similar a una telenovela, en realidad tendrían que estar gobernando y trabajando para los peruanos.

La politización de la vida diaria termina por hacer que olvidemos que los políticos deben hacer algo más que solo política; deben hacer política pública. Y eso es precisamente lo que no están haciendo.

El número de peruanos que no tiene agua no es menor que el de ayer. Las personas que mueren porque no tienen medicinas siguen siendo las mismas. Esto pasa en el mundo real. Y debería indignaros, debería dolernos, debería -al menos- movilizarnos. Pero no hacemos nada.

Peruanos, abramos los ojos. El mundo real y el mundo político deberían estar íntimamente conectados. El mundo político debería tener impactos tangibles en el mundo real. Esta fijación que tenemos con el mundo político no debe hacernos indiferentes a lo que pasa en la calle. No nos acostumbremos a políticos que no hacen más que pelear por el poder. Su trabajo es gobernar un país. Su trabajo es ayudar a los más vulnerables a salir de la miseria. Vamos, ¡exijamos que lo hagan!