Las sociedades latinoamericanas están disconformes con el modelo cívico democrático, la economía de mercado y la constitución como ley de leyes, porque no resuelven los problemas de la población más precaria y vulnerable. Su hartazgo, desesperación y angustia se expresa electoralmente apostado por el mesías de turno, que mientras más radical y populista sea más atractivo se vuelve, especialmente si en sus discursos en las plazas utiliza un tono amenazante, resentido y autoritario.

¿Cómo se cambia todo esto? El mundo adulto ha contestado “no se puede”. Solo queda esperar que el mundo juvenil no se sume al “no se puede”. Pero el “sí se puede” tiene que estar en su ADN emocional, que se modela en el hogar y en la escuela a través de las experiencias cotidianas que se viven en ellos. Eso exige de la escuela crear las condiciones para investigar y conocer la realidad, confrontar lo que es inaceptable, embarcarse en proyectos de impacto social como cimientos de su militancia futura. Eso no es posible con los habituales enfoques educativos conservadores que atraviesan la escuela peruana por la ineptitud del Ministerio de Educación para promover la educación ciudadana.

Aspiro a que el Minedu transforme la cobardía institucional en valentía, promoviendo la innovación y la autonomía, alentando a los directores a crear un clima institucional que ponga la educación para la justicia social y el bienestar colectivo en la cima de las prioridades.

No hay magia en educación. Si no se crean las condiciones para la transformación, vencerá la inercia y con ello, perderemos todos los peruanos.

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