Esta semana volvió a revivir el fantasma de la Asamblea Constituyente. Y lo hizo de la mano de las revueltas callejeras del interior e incluso, de boca del presidente Pedro Castillo. De hecho, desde el Cusco, anunció que presentará al Congreso un proyecto de ley para lanzar un referéndum para Asamblea Constituyente el día de las elecciones subnacionales de noviembre de este año. Desatinado junto cuando pretendía reencaminar su gobierno.

El relato mentiroso que sustenta el pedido de una Nueva Constitución, revivió con fuerza para echar más gasolina al incendiario escenario de inestabilidad del país. Se ha hecho creer a una masa de pobladores ignorantes en asuntos de la política y la economía, que los problemas económicos del Perú son resultado de la Constitución del 93. También, que hay que cambiarla para poder hacer al Estado más actuante en temas específicos cuando esos mecanismos existen en la Carta Magna desde hace casi treinta años. Finalmente, se oculta el hecho de que la Constitución actual no es la misma de cuando nació con la promulgación del Congreso Constituyente Democrático de 1993. De hecho, en 2002, el Congreso de entonces –en el que no estaba el fujimorismo– aprobó el cambio de todo un título de la Constitución, a fin de incorporar las instituciones y procesos de la descentralización.

Y en 2019 se incorporaron las reformas impulsadas en el referéndum de ese año. Es una Constitución que se ha venido haciendo y rehaciendo por tres décadas. Y donde todos hemos participado.

Reimpulsar el proyecto bandera de Castillo y Perú Libre es darle de comer a la turba para calmarla, a costa de desencarrilar al país por un terreno pedregoso hacia un abismo profundo. Ya no es el problema que el presidente estuviera aprendiendo. El problema es que no aprende. Hasta parece orquestado todo, incluyendo la inestabilidad, para empujar al país al desastre. Tanto desatino junto ya parece sospechoso. A la izquierda solo le importa el poder, pero jamás el Perú. ¡Qué triste!