Durante muchos años, el término caviar fue utilizado por un reducido círculo del ambiente político, para referirse al emergente estamento de poder que aparecía a la caída del fujimorato. En esos tiempos, era un concepto amorfo, sin rostro visible, inclusive. Algunos sostenían que la idea de la existencia del caviarismo en el Perú respondía a alguna idea conspiranoica, y que solo existía en las fantasías del fujimorismo.

Los últimos meses han servido para comprobar que en la política y administración pública existe una estructura funcional que incluye redes a nivel multisectorial en distintos organismos del Estado: JNJ, TC, Fiscalía, ministerios, sistema electoral, etc., que articula intereses particulares de una clase de poder denominada caviares. A ella pertenecen, en su mayoría, gente de la izquierda “moderada”, ONGs, líderes de opinión, movimientos progresistas, periodistas, miembros de la farándula, colectivos de la sociedad civil, empresarios, medios de comunicación y otros más.

Esta organización, a través de consultorías, asesorías, publicidad estatal, concesiones, obras públicas, adendas, compras del estado y otras modalidades modernas de corrupción, ha depredado y saqueado el tesoro público como nunca antes visto en la historia peruana.

El caviarismo, al ver menguado su participación en el gobierno de Castillo, de inmediato y al unísono, convocó a movilizaciones callejeras como #ZapatillasListas, cuyo desastroso resultado es debido a que la población se cansó de ser utilizada para intereses y beneficio de un solo sector.

Ahora sí se puede señalar, sin ninguna duda, quién es caviar en el país, qué palabras lo identifican y qué modas o frases emplean en su narrativa cotidiana. El mito aquel sobre la existencia del caviarismo se derrumbó. Hoy es una realidad.

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