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El racismo en un país orgullosamente mestizo y pluricultural como el nuestro es una lacra que se debe combatir siempre. Frente a esa práctica, cuya bandera es la discriminación por la raza y color de piel, no hay medias tintas; se debe ser frontal y atacarla siempre, aunque esta se disfrace bajo cualquier pretexto que permita “pasar piola” ante al abuso. Ejemplos de cómo el racismo se desarrolla de una forma cotidiana hay muchos: se presentan en la televisión cuando celebramos a personajes que pretenden ser simpáticos e inofensivos, aunque reafirman estereotipos en contra de la población afroperuana y andina. La lista es larga, terriblemente extensa, variada y -como ya lo dijimos antes- escondida y soterrada, pero igual de dolorosa. Aunque estamos acostumbrados a hechos que siempre evidencian la discriminación y el clasismo, siempre habrá alguna nueva práctica que nos sorprenda. Hace algunas semanas, ante el estreno de la cinta “¿Mi novia es él?”, producida y protagonizada por Edwin Sierra, leímos sorprendidos las declaraciones del cómico y del actor colombiano Gregorio Pernía -quien también participa en el filme- sobre la negativa de una cadena de cines ubicada en un exclusivo centro comercial que, sin mucho trámite, les negó la acostumbrada alfombra roja y menos la exhibición de la película, porque “la comedia no era para su target”. Es decir, una cinta desenfadada, con un personaje popular y mestizo, no calificaba; pero, claro, si el protagonista era un poco “más despercudido” y la historia se desarrollaba en un barrio de clase media y citadino, entonces adelante y bienvenidos. Sin embargo, también se evidencia un doble discurso en dicha decisión. Cuando se trata de una de las películas denominadas “de autor”, que cuentan historias muy nuestras, desarrolladas en el ámbito andino, todos aplauden que se exhiba sin ponerles condiciones. Pero al que busca divertir sin mayores pretensiones -lo que también es válido- pues hay que condenarlo a la hoguera y mucho más si no cumple con esos estándares que los puristas de clase buscan. Lo peor fue que, a dos semanas de su exhibición, “¿Mi novia es él?”, con más de 100 mil espectadores, fue prácticamente expectorada de las salas en las que se proyectaba, reduciéndola a solo unas cuantas y en horarios nada comerciales. La risa se convirtió en llanto; el esfuerzo de Sierra y sus socios, al agua. Claro, los responsables buscarán cualquier pretexto, pero en el fondo, muy en el fondo, ustedes ya se darán cuenta de cuál fue la verdadera razón.