A pesar de la evidencia incriminatoria que sale todas las semanas contra Castillo, las encuestas publicadas este último fin de semana sugieren que las cosas en realidad no están cambiando demasiado. La popularidad del presidente está estancada entre un 20%-25%. No sube, pero tampoco baja.

Contrario a lo que podamos creer, el gobierno de Castillo no está a punto de implosionar. Una porción (no menor) de la población aún cree en él. Recordemos que Castillo pasó a la segunda vuelta electoral con casi un 20% de los votos. Así, parece que las ‘bases’ que apoyaron a Castillo desde un inicio lo siguen haciendo. Este 20% le da al presidente la legitimidad necesaria para subsistir. Sobre todo cuando tomamos en cuenta que la popularidad del Congreso es de 10%, la mitad que la del presidente.

En consecuencia, el presidente (aún con baja aprobación) termina siendo el actor político que se impone. Mientras Castillo tenga una aprobación mayor a la del Congreso, la legitimidad yace con él. Cualquier cosa que el Congreso haga para destituirlo puede ser percibido como ‘golpista’. Recordemos, además, que la opinión pública quiere que se vaya el Congreso tanto -o más- de lo que quiere que se vaya el presidente.

Por eso, la tarea primordial de la nueva mesa directiva del Congreso es subir su nivel de aprobación, y así incrementar su legitimidad ante la opinión pública. Solo así el Congreso podrá ser un oponente legítimo para desafiar al Ejecutivo. Hasta entonces, Castillo estará bastante cómodo con su 20%.