No cabe la menor duda que Vladimir Putin se las sabe todas. Veamos. El presidente de la Federación de Rusia ha llegado a movilizar en las últimas semanas a más de 150 mil soldados hasta la frontera con Ucrania -región del Donbás- buscando disuadir a occidente de la inminencia de una invasión militar sobre este país de Europa del Este si acaso ingresa a la OTAN.

Simulando una retirada que jamás existió, Putin sin necesidad de un solo disparo acaba de firmar un decreto reconociendo jurídicamente la independencia y la soberanía de las repúblicas separatistas de Donestsk y Luhansk, que para nadie debe ser un secreto que sus poblaciones son mayoritariamente prorrusas.

Al hacerlo Moscú, que ha venido entregando pasaporte ruso a los habitantes de las dos provincias ucranianas bajo control de los rebeldes, lo que ha conseguido es que los habitantes del Donbás técnicamente se conviertan en rusos con lo cual el propio Putin tendrá el plato servido para salir en defensa de su novísima población de ciudadanos pero que en realidad lo hace con el firme propósito de anexarla a Rusia, tal como hicieron con la península ucraniana de Crimea en 2014. Putin, además, sabe que cuenta con apoyo de la población del Donbás, histórica y culturalmente muy cerca de Rusia. Por eso Moscú conocía que la gente, mayoritariamente adicta, saldría a las calles, como que lo hicieron, para celebrar la decisión del gobierno de Putin que los incorpora como nacionales de Rusia.

En la otra orilla, Joe Biden se ha dedicado a anunciar la inminencia de una invasión rusa sobre Ucrania que no se ha producido. Sus advertencias de que estaba pronto por llegar la hora más difícil para la paz han dejado de ser creíbles rebotándole como si se tratara de un mandatario sensacionalista. Biden, además, ha apuntado a decirle a Moscú que, si acaso decide invadir Ucrania, entonces Washington, que también cuenta una flota importante en esa región, adoptará medidas coercitivas y coactivas.

En las últimas horas EE.UU. viene anunciando lo contrario, es decir, que habrá sanciones económicas, pasando de sanciones militares advertidas hasta hace muy poco tiempo, la Casa Blanca gira hacia las financieras. Ese cambio estratégico más bien debilita al presidente y a la nación más poderosa del planeta.